sino muchos gérmenes de industrias, que despertaron al silbato de la locomotora!...
¿Podría imaginarse el pilón inmenso de azúcar de Tucumán, la montaña de trigo de Santa Fe, la torre de lana de los millones de ovejas en Buenos Aires, transportados por la antigua carreta tucumana?...
He ahí la tradición de ese clavo que no fué un clavo, cuando su administración estuvo confiada á comisiones de ciudadanos tan honorables, como las que presidieron los señores Llavallol, Haedo, Castro, Madero, Huergo, Cambaceres, Elizalde, asistidos por ingenieros de la competencia de don Guillergo Bragge, Otto Arning, Tomás Allam, Augusto Ringuelet, Brián, etc.
Posteriormente, más sabios economistas, considerando sin duda á este ferrocarril como verdadero clavo, y cuando otras muchas lineas ya recorrían gran extensión de la campaña, se deshicieron de él como carga onerosa; á los setenta días de su enajenación la provincia de Buenos Aires se había quedado sin un kilómetro de vía férrea de su propiedad, y también sin un peso de su venta...
¿Sospecha alguien dónde fueron á parar los cuarenta millones consabidos?