Si alguna alma caritativa quisiera adoctrinarnos, cumpliendo el precepto tan cristiano de enseñar al que no sabe, mucho se lo agradeceríamos, en punto tan interesante, sobre todo para los contribuyentes.
Quédanos en el tintero muchos cuentos del primer día del ferrocarril, como los que le sucedieron, y no es el menos curioso cómo vino á nuestro conocimiento que por la locomotora que sólo había costado once mil dollars en fábrica, se cobró al gobierno veinte mil, de la casa de Londres que la envió. ¡Misterios de sabios comisionistas!
Cierto día que nos mostraba en Nueva York sus libros de fábrica, contestó el gerente de los talleres de Braldwing Locomotive á nuestra pregunta de curioso viajero:
— Hoy podríamos dar por algo menos una locomotora con todos los perfeccionamientos de los últimos adelantos, pues por la primera que exportamos á Buenos Aires nos pagaron once mil dollars.
El mismo precio que Brown calculaba en 1825 al primer barco á vapor en el Río de la Plata.
Pero eso sería ya extendemos en zona tan vasta como la que abarca la actual red de ferrocarriles, bifurcada por toda la República.