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Comandante de ella, cierto día sin sol de crudo invierno, cuando sacando una pequeña cigarrera con cantos dorados dijo, enseñándola á sus oficiales:

— No está de más que de cuando en cuando recuerden á los olvidados que vegetamos en el desierto. Me acaba de llegar este obsequio de un amigo de la infancia.

Y pasando de mano en mano por cuantas cortaban pan, llamaba la atención de unos el cincelado labor en una tapa, representando dos hermanos de armas, espalda con espalda, defendiéndose en apurado trance, rodeados del grupo de indios que les sorprendiera en media Pampa, y otros en monograma y dedicatoria: «A un amigo de cuarenta años». El alférez recién llegado, que contaba de vida la mitad de esa larga amistad, más curioso, olió cigarros que hacía tiempo no olía, volviendo el obsequio concluida la ronda á manos del dueño.

Siguió al churrasco el puchero criollo con choclos, y al guiso con zapallitos, el arroz con leche, y la conversación y la francachela entre buenos camaradas, sin traspasar la circunspección debida; pues por más franqueza que el jefe dispensara no se faltaba á la subordinación y respeto hasta en los actos más familiares que prescribe la ordenanza.