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Al servirse el café, con sabor de achicoria y no á Yungas, el Comandante deseó celebrar el buen recuerdo, doblemente valioso por los mil recuerdos que despertaba, dando participación del contenido á los subalternos. Por más que registrara el bolsillo donde la guardara, no la encontraba; ni entre servilletas ó bajo manteles aparecía la muy perdida y abarcando con mirada escudriñadora á todos los circunstantes, acentuó muda interrogación sin palabras.

Como tocados por automático resorte, los oficiales se pusieron de pie, dando vuelta sus bolsillos, menos el Subteniente del extremo, quien, más colorado que tomate, dijo sin pararse.

— Afirmo bajo palabra que yo no la tengo.

No faltó quien comentara el sonrojo denunciador, dividiéndose opiniones, elogiando unos su entereza, murmurando otros, al notar lo abultado del único bolsillo no abierto. El más adulón chismografió:

— Entre pura gente honrada la cigarrerita no aparece.

Otro, cuchicheaba al vecino:

— ¿Se ha fijado que el nuevo, siempre deja precipitadamente la mesa?

Los más criticaron su proceder, sin que faltara quien añadiera:

— Me parece que ha hecho bien. Al fin no