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deificaba toda virtud antes que los vicios le prostituyeran, levantó un templo á la Piedad en el mismo sitio de prisión, al través de cuyas rejas una joven madre prolongó la vida de su anciano padre, condenado á morir de hambre, sustentándole á sus pechos, en diarias visitas.

Escena en algo semejante dio origen á nuestra iglesia del mismo nombre (Calle Piedad) alzada sobre los ruinosos cuartos de otra hija que se sacrificó por su padre, donde hoy relumbra á la mayor altura ampulosa media naranja de templo que nunca terminará, según la profecía del ingeniero Canale, que pretendió enmendar la plana á su colega, el ilustrado señor Pellegrini.

Sin mencionar notables ejemplos que en el aniversario patrio piadosas damas de la Sociedad de Beneficencia presentan cada año dignos de premios al amor filial, recuerdan nuestras propias tradiciones el hijo que, loco de amor por su madre, vino desde Londres para darle el último abrazo, y encontrándola monja profesa, saltó las tapias de San Juan, bajo disfraz de acarreador de leña, se introdujo en el Convento, y al reconocerla de novicia á través del velo monjil, se desvaneció de ternura en los brazos maternales. También hemos recordado ese otro buen hijo, que al saber la desgracia de su padre, condenado al cadalso del que evadiera, recorrió toda la Argentina