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— ¡Perspicaz es el subteniente! No lo he llamado para reconvenirle, menos para que delate á nadie. La cigarrera apareció. Hablo á usted como lo haría un padre. ¿Quiere usted decir por qué no imitó el ejemplo de sus compañeros?

— Ante todo por decoro propio, y también por otra causa. Si se me interroga particularmente, no como Jefe, diré á usted lo que no hubiera declarado ante sumario alguno.

Y mirando á todos lados como abochornado, agregó en voz baja y entrecortada, temblorosa por la emoción:

— Tengo una madre muy pobre, que llegó á empeñar hasta sus vestidos para que yo, su único hijo, siguiera en la Escuela militar. Aunque la asisto con mi escaso sueldo, desde que empecé á ganar doce pesos en el Colegio, muchos días falta pan en su rancho. Consiguiendo hacerla venir creca del campamento, guardo la mitad de mi ración y yo mismo se la llevo. Día feliz para usted fué el en que recibió tan delicado recuerdo de un leal amigo, fecha fatal para mí, pues desde entonces no me ha quedado un amigo. Todos se me alejan. Pero el día antes la vi comer con tal ansiedad el pan más blando que reservaba a mi pobre viejecita, que me parecía no quedaba satisfecha, por lo que, entre dos rabanadas, agregué otra de carne fría que abultaba más mi bolsillo. Ya ve