joven, le hizo un obsequio, y desde entonces asignó ración diaria á la madre.
Agregaba el Comisario pagador algo que honra el noble corazón del soldado argentino, tan exaltado en general, si irreflexivo en ocasiones. Los que más le vituperaron fueron los primeros en pedir disculpa. Desde entonces, cuando llegaba la valija, y su deseada venida era esperada como la del Mesías, cada dos meses, cuando no tres, llevando paga de uno, entregaba treinta pesos á esa madre pobre, á quien todos habíanla declarado pensionista del Regimiento, hasta su muerte, que no tardó en llegar.
Recién entonces vino á saber el nuevo que entre los oficiales, los mismos que proyectaban su separación, se impusieron en desagravio, subscripción de un peso cada mes, que por intermedio del pagador le hacían llegar reservadamente...
¡He aquí un hijo pundonoroso á punto de ser expulsado del ejército, que sigue siendo digno jefe, por la forma en que el amor filial le permitía socorrer á la anciana madre!
¡En cuántas ocasiones las apariencias acusan!