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del chajá que parece anunciar: ¡allá va! ¡allá va!

Indios amigos iban de vanguardia exploradora. Las banderolas altísimas de los batidores flameaban á los costados, cuatro cañones rodaban en el centro, y carretas en fila interminable seguían, seguían sin fin unas tras otras, con sus tres yuntas de bueyes, plumeros colgando, largas picas, y el guía conductor adelante. Numerosa caballada cerraba el rodeo, levantando á la cola polvareda espesa.

Y así avanzaban poco á poco pasando sin dificultad ríos, arroyos y cañadas. Cruzaron el Salado, despuntaron el arroyo Las Flores, el Tapalquén, cuando al llegar como á mitad de camino la noche que pernoctaron cerca de la Blanca Grande, el jefe de la expedición se acostó, pero no se levantó.

Sin previo aviso, el Comandante Balcarce amaneció tieso y helado sobre su cama de campaña, que era el propio recado.

Se acercó el físico á tomarle el pulso, y vino el sangrador, y el sanguijuelero, y el Capellán Castrense y todos los que venían, pero ni curas ni sacristanes, ni sinapismos, ni agua bendita le volvieron á la vida, que ya la muerte había dado con él en tierra, volviéndole al polvo de donde salió.