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— Todo esto está muy bueno; pero lo que es á tí, no te largo.

— Así será, señor Comandante; pero como León Rozas solo tuvo una palabra, y ésta la he empeñado en volver, me largo solo, dijo, dirigiéndose al palenque y montando el picazo.

No hubo razones que le hicieran apearse, ni los cariñosos pedidos de sus compañeros, ni las afecciones que á Buenos Aires le atraían.

Algunos días más pasaron en idas y venidas, chasques, mensajes y parlamentos; pues, si bien Gómez aceptaba las proposiciones, hacía hincapié en la entrega inmediata de Rozas.

Quedaría el Capellán y demás prisioneros en rehenes, entregaría todos los víveres y objetos pedidos, cuya lista era larga como lista de poncho á pedido de indio. La comisión de éstos y la de cristianos marcharían juntas hasta la Capital. Harían las paces según lo convenido; pero nada de esto tendría cumplimiento, sino cuando en libertad Rozas en el campamento de Gómez, pudieran juntos emprender marcha de regreso...

Y tanto alegó y sostuvo, que al fin lo consiguió, cumpliéndose el adagio de que:


«Más te vale un buen amigo
Que en tu troja mucho trigo».