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leones, que desde la isla de León rugen, sin haber hecho nunca otra cosa».

Y esto, mar por medio, que de más cerca, cierta amulatada Carlotita, más fea que un susto, como que oficial de palacio hubo prefiriera caer en chirona, antes de caer en sus reales brazos, venida de perder un reino en Portugal, próxima á perder la corona, que en cuanto á la vergüenza la había perdido por todas partes, comunicaba: «Puesto que señor padre ha renunciado la corona de todas las Españas, y el hermanito Fernando está á perder la cabeza, que juicio nunca lo hubo, me sacrificaré únicamente por conservar la herencia de familia, aunque preciso sea reembarcarme para el Plata, anticipándome pleito homenaje y acatamiento á la aclamación de única regente en todos los dominios de América».

Elío, murmuraba desde Montevideo: «Soy el virrey, no ése que, verdadero franchute, se atreve á deportar ricos y encumbrados españoles». Todavía más inmediato, los partidarios de Alzaga, rey en mientes, Martín I, repetían en coro: «Esto es venta. ¡Abajo el francés y los afrancesados!»

Dentro del mismísimo Fuerte, el coronel de Patricios, Saavedra, encabezando los criollos, susurraba al oído de Liniers: «Dejaos de vacilaciones. El pueblo que conducisteis á la victoria os aclama sobre toda autoridad. Confiad en sus