entregar en la sacristía un grueso rosario con «paternosters» de oro, que en la última azotaina y tinieblas de maitines se perdiera.
Limpiando el caviloso fiscal sus viejas gafas:
— O mucho me engaño, — se dijo, arrancando el aviso, — ó es la misma letra que la del papelito insurgente.
Y doblándole lo echó al bolsillo!
A primera hora acudía á la audiencia cotejando con el oidor Caspe los dos manuscritos y encontrando ambos similitud tal, exclamaron satisfechos:
— ¡Ya apareció aquello!
Llega Leiva, síndico del Cabildo, y apenas nota semejanza; viene el alcalde Lezica y la encuentra menos.
¿Pero de quién será la letra?
¡Sin duda de su autor!
Cítanse calígrafos para el cotejo. No existían. ¡Qué habían de encontrarse en tiempos que se vendían hombres (esclavos) pero no libros, pues que no había, ni necesidad de otros que Astete, Catón cristiano y la Novena de Santa Bárbara bendita, seguida del trisagio para alejar truenos y tempestades.
De investigación en investigación por el hilo se sacó el ovillo y entre curas y sacristanes se