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algunos jóvenes, pero aquella noche estaban en auge sala, salones y comedor, si bien no se trataba de gran baile, pues los más entusiastas seguían la danza y contradanza por Cotagaita, Suipacha y lejanos campamentos.

De blanco y celeste ellas, vestidos de medio paso, y ellos pantalón corto, no en los estrechos giros del vals agitado, sino en ceremoniosos saludos del rigodón, apenas los caballeros tocaban dos dedos de la parte contraria, al compás del clavicordio ejecutado por Thompson, más hábil aficionado, mientras iban á llamar al maestro Parera á Catalanes.

Y pasada la primer contradanza de respeto en que tomaban parte personas mayores, en vueltas y revueltas, paseos y paradas, desgranábanse jóvenes parejas diseminándose en alegre charla por salas y antesalas. El rigodón no había llegado á su última figura, cuando á un ¡cataplúm! estrepitoso, si no cayó cada dama en brazos de su pareja, sin duda porque el bien parecer sobrepuso al terror, si, se estremecieron fuertemente todos los cristales y hasta las bujías de cera temblaron en la araña por estruendo espantoso, al que siguieron otros cuarenta.

Al segundo cayó de bruces el negrito que entraba al salón con la bandeja de plata, rodando jícaras y platillos, que si no dejaron ruedos color