Yel obispo volvió la espalda y prosiguió en su interrumpida faena.
Llegó el día del examen sino—lal, y el pastor hizo esta pregunta al aspirante: —¿Qué hace Dios en los cielos?
—Ilustrísimo señor, hará lo que le dé su real gana, que para eso está en su casa contestó sin turbarse el examinando.
Este desparpajo cautivó, lejos de enojar, al Sr. López Sánchez, y desde ese tia hizo del agudo cleriguillo uno de sus familiares y favoritos.
II
La diócesis de Huamanga tiene reputación de pobreza, y en los tiem pos del Sr. López Sánchez era grande la afluencia de sacerdotes y escasos los paganos de misas. Los elérigos no hacían caldo gordo, pues para ellos los maravedises andaban por la nubes.
Hlubo uno que, desesperado de no encontrar quien le facilitase un duro á cuenta de sufragios para las animas del purgatorio, se hizo oficial de sastre. Asi ganaba honradamente el sustento propio y el de una ma«dre anciana.
Supiéronlo algunos chirigos y fueron con el chisme al diocesano, mostrándose avergonzados de la degradación que sufría la sotana. El señor López Sánchez mandló que inmediatamente condujesen ante al acusalo, y al presentarse éste, le arrimó un cachete soberbio, diciéndole: dedal?
Para qué te ordenaste si tenías tanta inclinación á la aguja y al El agraviado sacerdote, repuesto de la sorpresa y tomanilo una actitud enérgica á la par que respetuosa, le contestó: —Ilustrisimo señor, si he descendido hasta ser oficial de sastre no ha sido por buscar alimento para vicios, sino por dar pan á mi madre ancia na que, en otro tiempo, fué una sana y robusta mujer que, con su trabajo honrado, the sostuvo en el seminario, animada por el cristiano deseo de que su hijo fuese sacerdote. Mi instrucción es acaso superior á la de algunos que, por tener protectores, han alcanzado beneficios. Sin hallar ni quien me encomendase una misa, antes que envilecerme pidiendo prestado sin seguridad de pagar deudas, he buscado la subsistencia en el trabajo de mis manos, que el trabajar no es afrenta. Quería su señoría ilustrisima que dejara morir le hambre á mi buena madre?
Cuando acabó de hablar el sacerdote asomaban lágrimas en los ojos lel obispo, y en uno de esos arranques generosos que le eran propios, abrazó al elérigo, diciéndole: