tancia que desplegó el Sr. López Sánchez, terminaron siempre de una manera misteriosa y tremenda.
Estéril fué que el Sr. López Sánchez hiciera venir ante él á los curas sobre cuya conducta antievangélica tenía fundadas quejas; que los amonestase, suspendiese y aun emplease contra algunos la por entonces terrible arma de las censuras. El mal tenía hondas raíces. Era un cáncer inveterado.
Entre los curas á quienes había suspendido en el ejercicio de las funciones parroquiales, encontrábase uno conocido por Human—coles (cabeza de col). Era el tal perteneciente á una de las más antiguas y ricas familias de la ciudad, y vivía muy engreído de su abolengo y fortuna. Ignorantón, pero de mucha verbosidad, haciendo un eterno batiborrillo de latín, castellano y quichua, y formando una ensalada pestífera con la filosofía, los cánones y las súmulas, era el tipo más perfecto del pedante de la sierra, que en punto á pedantes es el summum de la especie.
Dado á todos los vicios que envilecen al hombre, se mofaba públicamente del obispo, agraviándolo en pasquines y caricaturas.
Una mañana diéronle aviso al Sr. López Sánchez de que en estado de beodez había con un puñal hecho en la cara un chirlo á una mozuela.
Muy exaltado se paseaba el diocesano por el corredor de la casa episcopal, cuando se presentó el insolente cura en completa crápula. Indignado el obispo ante tal falta de respeto, y á tiempo que uman—coles principiaba á subir la escalera, le aplicó un puntapié en el pecho y lo hizo descender dos tramos. El borracho, para no caer, se apoyó en la balaustrada, y mirando con altanería al obispo, dijo: —Auila laipas patalla mantacca! (Miren qué gracia! Hasta mi abuela puede pegarme de arriba para abajo.) Los familiares condujeron al escandaloso sacerdote á uno de los calabozos del seminario, é instruído el obispo de la significación de las palabras quichuas, murmuró: — Está bien. No saldrá del encierro hasta que se enmiende o yo sucumba, Palabras fatídicas que auguraban el misterioso y no lejano fin del prelado!
VI
Infatigable en la reforma de la clerecía, el obispo López Sánchez emprendió la visita de su diócesis en 1789.
Hacía un mes que se hallaba ya de regreso en Huamanga cuando una