una rica vajilla de plata labrada y media docena de talegos preñados de reales de á ocho.
Á ese tiempo regresaba Mogollón, escudillas en mano, muy ajeno de pensar que su zahurda estaba honrada con visita de tan alto fuste.
—Ah, negro pájaro pinto!—lo dijo Espantaperros echándole la zarpa al cuello. Date preso.
Mogollón se quedó como quien ve visiones, dejúse atar las muñecas y fué á dar con su cuerpo en un calabozo de la cárcel de Cabildo.
Allí el juez empezó por preguntarle cuyo era ese tesoro, y el negro contestó con mucho aplomo que era suyo y muy suyo y fruto de su trabajo é industria. Argüía el alcalde, que por cierto no era de holgadas tragaderas; Mogollón se mantenía en lo dicho y declarado; Cucurucho daba fe ó no daba, pero plumeaba largo; y el interrogatorio llevaba trazas de ser eterno y de que ni con garabatos se le sacaría al negro la verdad del enerpo. Fastidióse á la postre D. Crisanto, y volviéndose á uno de los alguaciles, dijo con toda flema, que quien vara de justicia ostenta no harle encolerizarse como un lego zarramplin: —Pituitas, hijo, aplícale garrotillo en los pulgares á este arcángel de chocolate, que tengo para tní que ha de resultar mohatrero, rufián y pez de mar ancha. Ponmelo más blando que guante de ámbar, y si resiste proveeremos más tarde lo que hubiere lugar. Á ver, negro, si te dejas die aspavientos y pasos de semana santa y desombucha siquiera un milagro que baste para que sin escrúpulo de conciencia te eche á presidio de por vida ó te mande encaramar en la horca.
Mientras el escribano Cueurucho tajaba la pluma y D. Crisanto estiraba las piernas paseando con la gravedad del magistrado, Pituitas sacó del bolsillo de su gabardina dos palitos, de cuatro pulgadas de largo y una de grueso, que en uno de sus extremos tenían un cordelito de cuñamo retorcido ó una cuerda de guitarra. Tan sencillo era el aparato ó instrumento que la justicia del rey nuestro señor empleaba para convertir en canarios á los reos!
Á la segunda vuelta de garrotillo, el pobre negro cantó el kirieleison; es decir, que confesó de plano que veinte años atrás había hecho un robo tan gordo, que con él bastóle y sobróle para llamarse á buen vivir.
En materia criminal la justícia del otro siglo no se andaba con muchas probanzas ni dingolondangos, y tres días después Francisco Mogo llón, alias Sanguijuela, desnudo de medio cuerpo arriba y caballero en el fordo flor de lino, que así llamaban los limeños al asno propiedad del verdugo, deteníase en cada esquina, donde con medio minuto de pausa entre azote y azote, le aplicaba el curtidor de brujas y bribones hasta cinco ramalazos con penca de tres costuras.