Un cronista de la época, haciendo la apologia del látigo como pena legal, dice si mal no recuerdo: «Los azotes, salvo lo que escuecen cuando se reciben, son saludables, tanto ó más que un vomi—purga; porque la ma la sangre sale á las espaldas y se remuda. Los señores alcaldes necesitan muy poco para recetar azotes y nunca mandan menos de un centenar, que no es cuestión más que de unos cuantos pregones. Y todo es asunto de hacer un buen ánimo para soportar los primeros golpes de la penca, hasta que las espaldas se duermon; que en duriniéndose, lo mismo dan ocho que ochenta. Todos los azotados por justicia engruesan que es una bendición, pues para echar carnes no hay mejor melecina que la penca, y es probado.» Y tan aceptada estaba entre los hampones y demás gente perdida la opinión que acabo de copiar del travieso cronista, que pícaros hubo para quienes el azote más que castigo era regalo.
Algo más, La Inquisición de Lima hizo azotar en tres distintas ocasiones al marinero Bernabé Morillo y Otárola, natural del Callao, el cual decía: «Teniendo yo bien apretado entre los dientes un pedazo de casco de mula zaina, ó frontina, recortado en nochebuena de diciembre, me río de los azotes, que me saben á gloria y mermelada. » Y era creencia popular, generalizada hasta en las escuelas, donde el látigo andaba bobo, que la excrecencia pedestre de la mula era amuleto ó preservativo contra el dolor del ramalaso.
Punto á la digresión, que la pluma no ha de ser caballo sin rienda y desbocadlo.
La comitiva se detuvo en veinte esquinas de la feligresia de San Marcelo, y en cada una de las paradas gritaba el pregonero, negro ladino, en la lengua española: Esta es la justicia de cien azotes que el doctor D. Crisanto Palomeque y Oyanguren, alcalde del crimen y del Cabildo de la ciudad, manda hacer en la persona de este negro por ladrón, por ladrón y por ladrón.
Quien tal hizo que tal pague. ¡Alza la penca, y dale!» Palabra más, palabras menos, tal era la fórmula de los pregones que, así la Inquisición como el Cabildo de Lima, empleaban para la azotaina de brujas y ladrones.
Sin la frase alca la penca y dale, que ponía fin y remate al pregón, no se habría atrevido el verdugo á hacer molinete con el látigo y descargarlo sobre la víctima.
Después del vapuleo, Francisco Mogollón fúé enviado bajo partida de registro al presidio de Chagres.
Como en 1747 no había en la calle otro solar habitado que el que ocupó el famoso bandido hasta la hora en que fué á la caponera, el pue-