Ir al contenido

Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/146

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
140
Tradiciones peruanas

sus disposiciones para el mejor gobierno de estos pueblos. Así, venían á veces algunas reales cédulas de todo punto disparatadas, ó cuyo cumpliiniento podía acarrear serias perturbaciones y armar un tiberio de mil demonios. Pues el excelentísimo señor virrey tenía su manera de apearse muy bonitamente, y era ésta: Después de dar cuenta de la cédula en el Real Acuerdo, poníase sobre sus puntales, cogía el papel ó pergamino que la contenía, lo besaba si en antojo le venía, y luego, elevándolo á la altura de la cabeza, decía con voz robusta: Acato y no cumplo.

Escribíase después á España haciendo respetuosamente las observaciones del caso, aunque en muchas circunstancias ni siquiera se llenó este expediente y se consideró la real cédula como letra muerta ó papel para hacer pajaritas.

Aquello de acato y no cumplo es fórmula que hace cavilar, no digo á un papanatas como yo, sino á un teólogo casuista. En teoría, nuestros presidentes no hacen uso de la formulilla; pero lo que es en la práctica la siguen con mucho desparpajo. Véase lo que pueden el mal precedente y el espíritu de imitación.

Á esas reales cédulas acatadas y no cumplidas fué á lo que los limeños llamaron hostias sin consagrar, expresión que, francamente, me parece felicisima.Gobernando Amat, virrey que, como hasta las ratas lo afirman, tuvo uñas de gato despensero, llegó una real cédula poniendo trabas al abuso de los corregidores que comerciaban con los indios, vendiéndoles artículos por el quintuplo de su precio efectivo.

A promulgarse en el acto la real cédula, iban á sufrir las autoridades refractarias á la moral y al deber pérdidas macuquinas, peligro del que podían salvar si el virrey se allanaba á retardar por pocos meses la ejecución del mando regio. Era preciso ganar tiempo para que cada prójimo acabase de vender su pacotilla.

Pero eso de hacer la olla gorda á los corregidores gratis et amore, no le hacía pizca de gracia á su excelencia.

Amat no quiso parecerse al sastre del Campillo, que cosía de balde y además ponía el hilo; pues el bendito señor virrey no puso mano en cosa de la que no sacara opima cosecha de relucientes peluconas. Y no me digan que calumnio y difamo á tan elevado personaje; pues sin ocurrir á otros testimonios respetables, citaré únicamente lo que sobre este pun.