to escribe el señor general Mendiburu en su magnífico Diccionario Histórico: «En el juicio de residencia de Amat hubo numerosas reclamaciones que se cortaron transigiendo á fuerza de dinero. l'ara hacer estos gastos dió poder á D. Antonio Gomendio, previniéndole no le diese la pesadumbre de comunicarle detalles fastidiosos. Mucha riqueza era preciso poseer para dar tal autorización, y mucho convencimiento de que las quejas estaban revestidas de justicia y no convenía se depurasen en el terreno judicial.» Por lo visto, su excelencia pensaba que la gala del nadador está en saber guardar la ropa.
El corregidor de Andahuailas, D. Jacinto Camargo, era uno de los peor librados con la inmediata publicación de la real cédula. Camargo había obligado á todos los indios de su jurisdicción á que le comprasen, al precio de tres pesos cada uno, rosarios de cuentas azules, como amuleto para las paperas, coto y demás enfermedades de garganta. Dejando apar te otras granjerías que tuvo este bribón con los pobres indios, fué de pública voz y fama que sólo en la venta de rosarios (que en Lima valían dos reales) se ganó la friolera do veinte mil duros.
Hablando de estas gangas de los corregidores, cuenta el mariscal Miller en sus Memorias que un comerciante á quien se le habían ahuesado dos cajones conteniendo anteojos ó espejuelos, se arregló con la autoridad, y ésta obligó á los indios á presentarse en misa provistos de un par de antiparras.
Intimo camarada del supradicho corregidor de Andahuailas era don Martín de Martiarena, favorito del virrey y el instrumento de que, según general creencia, se valía para sus inmorales especulaciones y tráfico mercantil del poder.
D. Martin sacó copia de la real cédula y la envió á Camargo con esta lacónica y significativa carta: Compadre, y amigo: Ahí va esa píldora. Dórela usted si puede, que sí podrá. Duerma usted sin cuidado, que la hostia quedará sin consagrar todo el tiempo que preciso sea. Dénos Dios Nuestro Señor salud y vida, y reciba un abrazo de su afectísimo.—MARTÍN DE MARTIARENA.
III
Mucho sabe la zorra; pero más sabe el que la toma.
Que la píldora se doró (y bien dorada) es punto que no admite ni asomo de duda; porque la consabida real cédula permaneció durante cinco