Con Juana Breña hizo la naturaleza idéntica mozonada que con la monja alférez doña Catalina de Erauzo. Equivocó el sexo. Bajo las redondas y vigorosas formas de la gallarda mulata, escondió las más varoniles inclinaciones. Las mujeres, cuya sociedad esquivaba, la bautizaron (no sin razón) con el apodo de la Marimacho.
Juana Brefia inanejaba los dados sobre el tapete verde con todo el aplomo de un tahur; y puñal en mano so batía como cualquier guapo, que era diestra esgrimidora. En dos ó tres ocasiones estuvo en la cárcel por pendenciera; pero, contando con valedores de alta influencia, lograba siempre su libertad tras pocos días de encierro. Con la misma llaneza con que echaba la capa á un retinto, hacía un chirlo á un cristiano por quítame allá una paja.
En los toros de San Francisco de Paula (que fué lidia que formó época), en los famosos de la Concordia y en los de la recepción del virrey Pezuela estuvo afortunadísimaa. Montada en ágiles y rozagantes caballos ejecutó lucidas suertes de capeo, sacando gran cosecha de monedas que los concurrentes le arrojaron con profusión desde las galerías y tablado.
«La Juanita Breňa me dejó encantada, ¡Qué arranque de china!
¡Qué bien que capeaba!
Y cómo el caballo lo culebreaba!
¡Y eu sentarse á todos, cierto que los gana!
¡Qué de enamorados tiene esa muchacha!
¡Y cómo á porfis, la palmoteaban!
Estos versos, que copiamos de un listín del año 1820, bastan para dar ligera idea de la popularidad de la Marimacho.
Desde la infancia reveló Juanita Breña propensiones varoniles; por lo que su padre, que era chalán en la hacienda de Retes, la amonestaba diciéndola: Juana, no te metas á hombre!
Sermón perdido. Con los años se iba desarrollando más y más en la muchacha la inclinación á ejercicios dol sexo fuerte.
Pero como todo tiene fin sobre la tierra, los lauros de Juana Breña encontraron al cabo su Waterloo en la misma plaza de Acho, testigo de sus proezas. Allá por el año 25 descuidóse una tarde la gentil capeadora,