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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/155

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Ricardo Palma

entabló veintiocho pleitos, sin que en uno solo de ellos lo asistiese el menor asomo de justicia. Mientras más pleitos perdía, menos se descorazonaba ó hastiaba de gastar en papel sellado.

Landázuri era, pues, el coco del alcalde y de la audiencia. No produjo Zaragoza aragonés más testarudo y camorrista.

En 1797 el escribano D. Francisco Larrauri, al dar cuenta del despacho, leyó al alcalde un recurso de Landázuri, en el cual se querellaba éste de la mala vecindad que le daba una parejita de recién casados, que solían asomarse á la ventana y ponerse pico con pico como paloma y palomo, despertando así el apetito del zaragozano, quien, para libertarse de tentaciones y de que lo asaltasen pecaminosas ideas, exigía que la justicia mandase cambiar de domicilio al amoroso y enamorado matrimonio que tan pública ostentación hacia de las dulzuras de la luna de miel.

Aquí perdió el juez los estribos de la cachaza y dijo: —Ponga usted, D. Francisco, fecha, que voy á dictarle el auto.

El escribano mojó la pluma de ave, escribió un renglón, y alzando la cabeza contestó: —Listo: ya puede dictar su señoría.

—Letra grande, clara y nada de gurrupatos, D. Francisco, —Descuide su señoría.

—Ponga usted.....

—Pongo.

—I'áyase el recurrente al.... demonio (1).

Escribió el escribano lo dictado y rubricó el juez.

El auto fué como darle á Landázuri por la vena del gusto; pucs exclamó, brincando de alegría: —Ahora sí que me luzco, y lo menos, menos, le hago quitar la vara al dichoso alcalde, y puede que lo echen á presidio. ¡Gracias a Dios! Este será el primer pleito que gane.

Y apeló del auto ante la Real Audiencia del Cuzco.

Pero ésta se hallaba tan acostumbrada á desechar por injustificables y maliciosas las apelaciones de Landázuri, y tenía en tan alta estima la cordura, talento y justificación de Oro y Portuondo, que empezando por el conde Ruiz de Castilla, brigadier de los reales ejércitos, gobernador intendente del Cuzco y presidente de su Real Audiencia, y concluyendo por los oidores D. José de la Portilla, D. Pedro Antonio Cernadas Bermúdez, D. Miguel Sánchez Moscoso y D. José Fuentes González, nemine discre(1) Otra fué la palabrita. Ya la adivinará el lector por poco malicioso que sea.