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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/169

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Ricardo Palma

dadera era una celestina forrada en beata; es decir, que pertenecía á lo más alquitarado del gremio de celestinas.

La joven se encerró en su celda, y leyó: Isabel, te amo, y anhelo acercarme á ti. Las ramas de un árbol del jardín caen fuera del muro del convento y sobre el tejado de la casa de un servidor mío. ¿Me esperarás esta noche después de la queda?» Isabel se sintió desfallecer de amor, como si hubiera apurado un filtro infernal, con la lectura de la carta del desconocido.

¡Desconocido! No lo era para ella. La chismografía del convento la había hecho saber que su amante era el general D. Carlos María de Alvear, el prestigioso dictador argentino en 1814, el rival de Artigas y San Martin, el vencedor de los españoles en varias batallas, el plenipotenciario, en fin, de Buenos Aires cerca del gobierno de Bolivia.

Antes de ponerse el sol recibía Alvear uno de esos canastillos de filigrana con la perfumada mixtura de flores que sólo las monjas saben preparar.

La demandadera, conductora del canastillo, no traía carta ni mensaje verbal. El galán la obsequió, por vía de alboroque, una onza de oro. Así me gustan los enamorados, rumbosos y no tacaños.

Alvear examinó prolijamente una flor y otra flor, y en una de las hojas de un nardo alcanzó á descubrir, sutilmente trazada con la punta de un alfiler, esta palabra: St.

IV

Durante dos días Alvear no fue visto en las calles de Chuquisaca Urgía á Sucre hablar con él sobre unos pliegos traídos por el correo, y fué á buscarlo en su casa; pero el mayordomo le contestó que su señor estaba de paseo en una quinta á tres leguas de la ciudad. ¡Vivezas de buen criadol Amaneció el tercer día, y fué de bullanga popular.

La superiora de las mónicas acababa de descubrir que un hombre habia profanado la clausura. Cautelosamente echó llave á la puerta de la celda, dió aviso al gobernador eclesiástico y alborotó el gallinero.

El pueblo, azuzado en su fanatismo por algunos frailes realistas, se empeñaba en escalar muros ó romper la cancela y despedazar al sacrilego.

Y habríase realizado barbaridad tamaña, si llegando la noticia del tumulto á oídos de Sucre no hubiera éste acudido en el acto, calmado sagazmente la exaltación de los grupos y rodeado de tropa el monasterio.

Á las diez de la noche, y cuando ya el vecindario estaba entregado al reposo, Sucre, seguido de su ayudante el teniente Pezet, y acompañado