del gobernador eclesiástico, fué al convento, platicó con la abadesa y monjas caracterizadas, las aconsejó que echasen tierra sobre lo sucedido, y se despidió llevándose al Tenorio argentino.
Un criado, con un caballo ensillado, los esperaba á media cuadra del convento.
Alvear estrechó la mano de Sucre, y le dijo: —Gracias, compañero. Vele por Isabel —Vaya usted tranquilo, general—contestó el héroe de Ayacucho;que mientras yo gobierne en Bolivia, no consentiré que nadie ultraje á esa desventurada joven.
Alvear le tendió los brazos y lo estrechó contra su corazón, murmurando: —Tan valiente como caballero! ¡Adiós!
Y saltando ágilmente sobre el corcel, tomó el camino que lo condujo á la patria argentina, y un año después, el 20 de febrero de 1827, & coronar su frente con los laureles de Ituzaingó.
En el tomo
I
de las Memorias de O'Leary, publicado en 1879, hallamos una carta del mariscal Sucre & Bolívar, fechada en Chuquisaca el 27 de enero de 1826, y de la cual, á guisa de comprobante histórico de esta aventura amorosa, copiaremos el acápite pertinente: «El general Alvear salió el 17. Debo decir á V., en prevención de lo que pudiera escribirsele por otros, que este señor tuvo la imprudencia de verificar su entrada en las mónicas, y sorprendido por la superiora, tuve yo que poner manos en el asunto para evitar escándalos. Pude hacer que saliese sin que la cosa hiciese gran alboroto; pero no hay títere en la ciudad que no esté impuesto del hecho. »