—Ea, padros! Basta de desórdenes, y por amor á este santo, que desde el cielo lee en el fondo de los corazones, déjense ustedes de quisquillas y dense un abrazo.
Los dos reverendos, como movidos por un resorte, cayeron el uno en brazos del otro, ejemplo que fué imitado por ambas comunidades.
El virrey se restregaba las manos satisfecho, y decía al oído á uno de sus amigos: —Cuando las cosas se hacen en coyuntura aparente, tienen siempre éxito feliz. Aprovechar de la oportunidad es ganar media batalla.
Así terminó una desavenencia que duraba ya dos años, llevando aspecto de prolongarse hasta Dios sabe cuando.
Un mes después los dominicos daban un banquete á los reconciliados; pero ¡qué banquete! Hubo sopa teóloga, fritanga de menudillos, pavo relleno, carapulcra de conejo, estofado de carnero, pepián y loero de patitas, carne en adobo, San Pedro y San Pablo, y pastel de choclo, y un pericote por goloso se cayó dentro de una olla, y aquí da remate el cuento de Periquito Sarmiento.
IV
LAPSUS
LINGUÆ EPISCOPAL Cuenta el autor de Los dos cuchillos que, en sus tiempos, apenas fallecía un obispo se apresuraban á heredarlo familiares y domésticos, y compruebalo con lo que pasó á la muerte del limeño D. Feliciano de la Vega, electo para el arzobispado de Méjico. Á su ilustrísima lo despojaron hasta de los calzoncillos.
El Ilmo. Sr. D. Manuel Jerónimo Romaní, natural de Huamanga, desempeñaba en 1765 el obispado del Cuzco, euando una noche, agravada la dolencia de que padecía, quedóse exánime; y hasta el médico, tenién—dolo ya por difunto, dijo á los familiares: —Ea, amigos, amortajen á su ilustrisima!
Los canónigos, que esperaban noticias en la sala, derramaron unas cuantas lágrimas de cocodrilo, onjugáronselas luego con el dorso de la mano, y dijeron: —Pues señor, sede vacante y á trabajar por ella, que á camarón que se duerme se lo lleva la corriente.
Uno de los familiares quiso tener prenda de su ilustrísima, y enamo
TOMO
III