róse de un cuadrito de la Virgen que, con marco de oro, tenía el difunto á la cabecera del lecho. Para descolgarlo tuvo necesidad de encaramarse, y sin respeto al cadáver apoyó la rodilla sobre el estómago de éste. El muerto se estremeció, lanzó un gemido y arrojó una apostema, que era el mal que lo llevaba á la tumba.
El enamorado, no sé si del marco ó de la pintura, echó á correr, gritando como loco: —Milagro! ¡Milagro! Su ilustrísima resucita!
El obispo Romaní entró en convalecencia y gobernó su diócesis por dos años más, gracias al ladronzuelo que, sin quererlo, hizo por él lo que no lograron médicos ni remedios de botica.
Los canónigos fueron en corporación á visitarlo, y le dijeron: —Damos gracias á Dios, dispensador de todo bien, por habernos conservado la preciosa existencia de su señoría ilustrísima, evitándonos que pasemos por el dolor de proclainar la iglesia del Cuzco en sede vacante.
El Sr. Romaní, que era un poquito tartamudo, contestó sonriendo: —Gracias! ¡Gracias! Se han escapado ustedes de entrar en sede rapante.
¿Fué esto un lapsus linguæ, ó quiso el señor obispo decirles que se les había frustrado el plan de andar á la rebatiña por la mitra?
V
LAS TRES MISAS DE FINADOS
En el tomo
XLIX
de Papeles varios de la Biblioteca de Lima se encuentra, con el título de Discurso teológico, un memorial que D. fray Bernardino de Cárdenas, obispo del Paraguay, dirigió al Papa Alejandro VII.
Pensador tan ilustre como las Casas y Palafox, y más erudito que éstos, es incuestionablemente el franciscano Cárdenas uno de los hombres más notables de su época Nacido en Chuquiabo (La Paz) educóse en el convento seráfico de Lima, Obispo del Paraguay, y más tardo de la provincia de su nacimiento, donde falleció en 1667, sostuvo durante un cuarto de siglo guerra sin cuartel con los jesuítas, que hartos quebraderos de cabeza le dieron. Pero no es mi objeto escribir una biografía, que el curioso lector encontrará, y muy circunstanciada, en el Diccionario del Sr. de Mendiburu, sino ocuparme de su entusiasmo por el santo sacrificio de la misa.
En la Lima limata, dol dominico Haroldo, se lee que el obispo del