sus visitantes había un joven que confesaba y comulgaba jueves y domingo y que mantenía con su hija largas pláticas sobre puntos teológicos.
—¿Y nada más?
—Nada más, padre.
—Pues cierra la puerta de tu casa á ese mancebo, que por religioso que sea, siempre es bueno poner entre santa y santo pared de cal y canto..
La beata no se llevó del consejo, diciendo para su sayo: «chocheces de padre loco, y se ausentó del confesonario.
Así pasaron meses, hasta cinco, cuando una mañana presentóse la vieja en la portería del convento é hizo llamar al padre Romero, Acudió éste, y la pobre señora se echó á gimotear.
—¿Qué te pasa, bija? Á ver, desahoga ese pecho.
—Ay, padre: ¿Quién lo hubiera creído? Lo que me sucede no se ha visto nunca —Eso es grave. ¿Cosa nunca vista, dices? Desembucha, que me tienes el alma en vilo.
—Si, padre; porque ese joven á quien me aconsejaba su paternidad que no admitiese nunca en casa ....
Ab, ya caigo! No prosigas, hermana. ¿Conque ese jovencito está embarazado? ¿Conque al fin remaneció preñado el devoto, el santito, el bienaventurado?
—No, padre, mi hija es la que está encinta.
—Pues eso nada tiene de nunca visto, sino de muy natural; que al cabo en prenez tenían que parar tantas pláticas devotas. Lo nunca visto habría sido que el galán resultase con el enbuchado. Ve con Dios, hija; y dejándote de candideces, acude á la justicia para que remedio el daño, si puede y quiere, que los frailes no servimos para el caso. Anda, boba, que á tiempo te dije que centre santa y santo pared de cal y canto. »
VII
UN EMPLAZAMIENTO
Entre el padre fray Agustin Fajardo, lector en teologia y pico de oro ó gran predicador, el padre provincial fray Bartolomé Barba y el prior fray Alonso de Ayala, los tres del convento agustiniano de Santa Fe de Bogotá, existia por los años de 1630, y motivado por querellas del último capítulo, pronunciado enojo del primero para con los otros.