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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/217

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Ricardo Palma

Pero el general de la Compañía desaprobó la expulsión y dispuso que la oveja volviese al aprisco, á lo que el padre Urbano decía: «Tanto da, ni gano ni pierdo.» Entre si cumplo ó no cumplo estaba el superior del convento de Huancavelica, cuando aconteció la expulsión de los jesuítas.

El padre Rodríguez se llamó entonces á clérigo. «¿Qué me va ni qué me vieno—decía—con los jesuítas? Maldito si tengo concomitancia con ellos!» Pero el gobierno no lo entendió así: y por si era ó no era jesuíta, lo empaquetaron en el navío Brillante, y marchó á Europa, bajo partida de registro, con sus demás compañeros de infortunio que durante la navegación lo mascaban y no lo tragaban. Era jesuita para el castigo, y no lo era para el espíritu de cuerpo.

Pero al llegar á Europa dióse el padre Urbano tales trazas, que á poco consiguió real licencia para regresar á América, pues su majestad lo consideraba como extraño á la Compañía de Jesús.

Esta gestionó en Roma, y sostuvo que si el padre Urbano había estado á las maduras, debía también estar á las duras: que siendo profeso de tercer voto, no podía desligarse sin incurrir en apostasía, y que debía regresar á seguir la misma suerte de sus hermanos en Cristo. Parece que estas razones hicieron fuerza en el ánimo del Padre Santo y aun en el del monarea español; porque al cabo de un año de estar Rodríguez en la patria, recibió el virrey orden para volverlo á enviar á España.

El pobre padro se encontraba como el alma de Garibay ó como San Jinojo, entre este mundo y el otro, entre el cielo y el infierno. Era y no era jesuíta. Y para colmo de desdicha se veía amenazado de vivir yendoy viniendo como el cerrojo; y su paternidad, viejo ya y achacoso, no estaba para esos trotes. No le quedaba más camino de salvación que morirse, y eso fué precisamente lo que hizo.

Tal es la historia del único jesuíta que regresó al Perú después de la expulsión de su orden en el siglo pasado.

XIX

CARENCIA DE MEDIAS Y ABUNDANCIA DE MEDIOS

Á principios de 1788 recibió el excelentísimo señor virrey D. Teodoro de Croix comunicaciones reservadas de la corona, en las que se le prevenía pusiese al país en estado de defensa, por ser probable una ruptura de re-