laciones con Inglaterra. A pesar del misterio con que su excelencia quiso manejarse, no hubo de ser éste tan guardado que no lo traslucieran algunos del alto comercio, como hoy se dice, para sacar partido en provecho proplo.
Al año siguiente, y después de algunos meses en que no fondeaba en el Callao buque con procedencia de España, llegó la Santa Kujina, fragata salida de Cádiz con valioso cargamento y que milagrosamente había escapado de caer en poder de los cruceros ingleses Entre las mercaderías venían consignadas á D. Silvestre Amenabar, del comercio de Lima, dos cajones con doscientos cuarenta pares de medias de mujeres de la banda, pero los empleados de aduana las declararon contrabando, pues, según su leal saber y entender, no eran salidas de fábrica española.
Amenabar entabló reclamación; so nombró para nuevo reconocimiento á dos de los comerciantes más notables; y éstos, después de prestar juramento y de examinar hilo, tejido, marcas y contramarcas, fallaron contra la opinión de los aduaneros.
El virrey resolvió entonces que se depositasen los dos cajones en la aduana y que con copia del expediente se enviasen muestras á España para que Carlos
III
sentenciase; é igual medida se adoptó con otros cuatro cajones, conteniendo quinientos setenta y seis pares, consignados á don Manuel Zaldivar, almacenero del portal de Escribanos.
Corrieron diez meses en estas y las otras, y las limeñas estaban dadas & la diabla. No iban á bailes, ni á visitas, ni á procesiones, ni al teatro, porque no podían presentarse con medias zurcidas ó con las de acuchillados de pajarito.
Empeños van y empeños vienen, y su excelencia cada día más erro que erre. Las limeñas se pusieron en plena rebelión contra los hombres, que eran unos tetelememes; pues se aguantaban sin hacer revolución contra un gobernante tan poco amable con el bello sexo.
Digo si habia motivo, y sobrado, hasta para ahorcar á su excelencia!
¡Privar & las limeñas de un artículo de primers necesidad! ¡Por menos tendríamos hoy crisis ministerial! Ya se ve. Como el virrey no era casado ni mujeriego, no entendía de exigencias femeniles.
Al fin, los comerciantes, recelando que las limeñas, cansadas de guerra de lengua, se alzasen á mayores, propusieron dejar en las reales cajas, por via de fianza, diez mil pesos mientras llegaba el fallo del monarca, propuesta á que el virrey se avino. Y cesó así un conflicto que de otra manera no habría tenido término sino en 1790, que fué cuando volvió la causa resuelta en favor de los comerciantes. De tijo que estos sujetos fueron agripinos ó nacidos de ples, condición que diz que trae dicha futura.