Cuzco, donde era uno de los más acaudalados vecinos. Pero en 1556, recelando el virrey marqués do Cañeto nuevos alzamientos, en los que se presentaba al capitán Díaz como agitador, le mandó en secreto dar garrote.
Un curioso, gran amigo de su excelencia, le preguntó un día el porqué había hecho dar muerte á español tan principal, y el virrey contestó sonriendo: —Hícelo para curar á ese loco de la manía de abrazar; pues siendo sus carielas peligrosas y estándole vedadas, contravino á la real voluntad, y en un baile se le vió abrazar á una de sus comadres, según lo testifican diez vecinos de lo más notable del Cuzco.
La verdad quede en su sitio, que yo ni ato ni trasquilo, y no estoy de humor para discurrir sobre si fueron verdes ó fueron maduras. Abrazador ó revolucionario, ello es que D. Alonso el Membrudo murió de mala muerte.
LA HIJA DEL AJUSTICIADO
Fruto de juveniles dovaneos dejó Gonzalo Pizarro una hija, bautizada con el nombre de Inés, y que al finar su padre en el cadalso contaba muy poco más de cinco años. De pocos con más propiedad que del infortunado caudillo pudo decirse con un poeta antiguo: «Ave que cansa su vuelo Por tender á lo infinito, Tal vez se estrella en el suelo Por ambicioso prurito.» Confiscada la hacienda del rebelde en provecho del real tesoro, llegó doña Inés á la pubertad en condición vecina á la miseria y mantenida por la generosidad de los poquísimos parciales y amigos del difunto. Uno de ellos decidió conducir á España á la doncella, creyendo que sería acogida por su tío Hernando Pizarro con el cariño de pariente.
En vano doña Inés se arrojó en Madrid á las plantas del monarca, pidiéndole la rehabilitación del nombre y derechos de su padre. El sombrío Felipe
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se mantuvo implacable.
En vano puso en juego la infeliz joven todo linaje de esfuerzos para conseguir del Consejo de Indias que, por lo menos, la cabeza de Gonzalo fuese quitada del rollo en la plaza Mayor de Lima, donde se ostentaba
TOMO
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