TRADICIONES PERCANAS
suficiente para barruntar que el estado de doncellez se la iba haciendo muy cuesta arriba. La muchacha, cosa natural en las rapazas, tenía su quebradero de cabeza con Blasco de Soto, alférez de los tercios de Carbajal, quien la pidió al padre y vió rechazada la demanda; que su merced quería para marido de su hija hombre de caudal saneado. No se descorazonó el galán con la negativa, y puso su cuita en conocimiento de Carbajal.
—Cómo se entiende!—gritó furioso D. Francisco—Un oidor de mojiganga desairar á mi alférez, que es un chico como unas perlas: Conmigo se las habrá el abuelo. Vamos, galopín, no te atortoles, que ó no soy Francisco de Carbajal ó mañana to casas. Yo apadrino tu boda, y basta.
Dueleme que estés de veras enamorado; porque has de saber, muchacho, que el amor es el vino que más presto se avinagra; pero eso no es cuenta mía, sino tuya, y tu alma tu palma. Lo que yo tengo que hacer es casarte, y te casaré como hay viñas en Jerez, y entre tú y la Teresa multiplicaréis hasta que se gaste la pizarra.
Y el maestre de campo enderezó á casa dol oidor, y sin andarse con dibujos do escolar, pidió para su ahijado la mano de la niña. El pobre Zárate se vió comido de gusanos, balbuceó mil excusas y terminó dándose á partido. Pero cuando el notario le exigió que suscribiese el consentimiento, lanzó el buen viejo un suspiro, cogió la pluma de ganso y escribió: Conste por esta señal de la + que consiento por tres motivos: por miedo, por miedo y por miedo.
Así llegó á hacerse proverbial en Lima esta frase: Los tres motivos del oilor, frase que hemos recogido de boca de muchos viejos, y que vale tanto como aquella de las noventa y nueve razones que alegaba el artillero para no haber hecho una salva: «razón primera, no tener pólvora,» guárdeso en el pecho las noventa y ocho restantes.
A poco del matrimonio de la hija, cayó Zárate gravemente enfermo de disentería, y en la noche que recibió la Extremaunción, llegó á visitarlo Carbajal, y le dijo: —Vucsa merced se muere porque quiere. Dejeso do galenos y bébaso, en tisana, una pulgarada de polvos de cuerno de unicornio, que son tan eficaces para su mal como huesecito de santo.
—No, mi Sr. D. Francisco—contestó el enfermo,—me muero, no por mi voluntad, sino por tres motivos.....
—No los diga, que los sé—interrumpió Carbajal, y salió riéndose del aposento del moribundo.