Y tras de echar un taco redondo, puso los pies en mitad del charco, diciendo: —¡Caracoles! ¡Ahógueme yo en tan poca agual —Oigate Dios, compadre, y lo que dice tu lengua pague tu gorja!lo contestó Gómez Pérez, entre mohino y zumbático; y obedeciendo la orden de Juan de Rada se regresó el muy cobardote al callejón de los Clérigos.
Gómez Pérez fué un pícaro de encargo, discolo, fanfarrón y gallina, y que anduvo siempre más torcido que conciencia de escribano. Así lo pintan los historiadores. Pero es preciso convenir en que á veces Dios está con humor de gorja, porque oye hasta la plegaria de los pícaros.
Y si no, van ustedes á saber cómo oyó la de Gómez Pérez.
Cuando Gonzalo Pizarro, alzado ya contra el virrey Blasco Núñez de Vela, llegó á Lima para recibir de los oidores y vecinos el nombramiento de gobernador del Perú, fué uno de sus primeros actos echarse á perseguir á varios de los que, con razón ó sin ella, eran tildados de desafectos á su causa, y entre ellos al capitán Garcilaso de la Vega, quien tomó asilo en el convento de Santo Domingo.
D. Francisco de Carbajal recibió la orden de allanar el convento y no dejar escondrijo sin registro, y para cumplirla acompañóse de Porras y cuatro soldados. Cedamos aquí la palabra al cronista de Los Comentarios Reales, que él cuenta las cosas sin floreos y mejor de lo que nuestra pluma pudiera hacerlo. Así no tendrá nadie derecho para decirine que hablo á la birlonga.
Alzó Carbajal los manteles del altar mayor, que era hueco, y vió á un infeliz soldado, Rodrigo Núñez, que también andaba fugitivo. Mas como no era Garcilaso, que era el que Carbajal tenía empeño en prender, soltó los manteles diciendo en alta voz: «No está aquí el que buscamos. » En pos do el llegó Porras, y mostrándose muy diligente, alzó los manteles y descubrió al que ya Carbajal había perdonado, y dijo: «Aquí hay uno de los traidores. A Carbajal le pesó de que lo descubriese, y dijo con mal gesto: «Ya yo lo había visto.» Mas como el pobre soldado fuese de los muy culpados contra Gonzalo, no pudo excusarse Carbajal de ahorcarlo, sacándolo confesado del convento.
Pero Dios castigó pronto al denunciante. Tres meses después salió Porras á desempeñar una comisión en Huamanga. El caballo, que iba caluroso, cansado y sediento, se puso á beber en un charquito pequeño donde el mismo Porras le guió para que beliese, y habiendo bebido se dejó caer en el charco y tomó una pierna á su amo debajo, y acertó Porras cacr hacia la parte alta de donde venía el agua. No pudo salir de debajo