Si en el siglo
XIX
las madres, llevándose de la opinión del cacique cuzqueño, han declarado cesante el calendario antiguo, buscando en las novelitas románticas nombres de revesado eufonismo para cristianar con ellos á sus hijos; si hoy se hace en las familias punto más serio que cuestión de Estado la elección de nombre para un nene, ¡bien hayan nuestros abuelos que maldito si paraban mientes en ello! Todo títere cargaba con prosaico nombre, que por entonces no había almanaque poético. Arco de iglesia habría sido encontrar en toda la América española un Arturo ó un Edgardo, una Oquelinda ó una Etelvina.
Sin embargo, en los últimos años de la conquista hubo un nombre de moda y con el cual se bautizó por lo menos á un cincuenta por ciento de los nacidos. La moda no vino á Lima desde Francia, como las modernas, sino desde Potosí, como si dijéramos desde el polo.
Martínez Vela y un cronista agustino lo relatan, y á su verdad me atengo.
Hasta 1584, párvulos (mestizos ó de pura sangre española) nacidos en Potosí eran ángeles para el cielo. No había memoria de que ningún niño hubiese llegado á la época de la dentición. El frío mató más inocentes que el rey de la degollina, Gracias á que desde 1640, casi cien años después de fundada la ciudad, se experimentó en ella tan notable cambio en la temperatura, que sólo desde entonces han podido los vecinos cultivar jardinillos que, por vergonzantes que sean, hojitas verdes ostentan, Doña Leonor de Guzmán, dama castellana y esposa de D. Francisco Flores, veinticuatro de la imperial villa, había tenido un cardumen de hijos que vivieron lo que las rosas de que habla el poeta francés. En vano la pobre madre adoptaba todo linaje do precauciones para salvar la existencia de los niños, no siendo la menor la de darlos á luz en algún valle templado, y traerlos á Potosí después de pocos meses, que era como traerlos al cementerio, En 1584, los agustinos acababan de fundar su convento, y doña Leonor, que se sentía con huésped en las entrañas, andaba con el desconsuelo de recelar que también se helase el nuevo fruto. El prior de los agustinos fué á visitarla un día, y encontrándola llorosa y acongojada la dijo: —Enjugue esas lágrimas, mi señora doña Leonor, que encomendando la barriga á San Nicolás de Tolentino, yo le respondo de que, sin abandonar la villa, tendrá heredero y lo verá logrado.
Lo cierto es que el santo hizo el milagro, y que D. Nicolás Flores, rector cincuenta años más tarde de la Universidad de Lima y regidor de su Cabildo, fué el primer niño de raza española á quién el frío no convirtió en carambano.
Entre setenta y dos bautismos que en 1585 administró el cura de la