quiase con un caballo de que no hacía uso á Diego Alvarez, soldado que gozaba entre ellos de gran prestigio, pero á quien el gobernador tenía sus motivos para tratar con desapego. Contestó, pues, negativamente á los pedigüeños, y agregó en tono de burla: —Mal dueño tendría el caballo, que Diego Alvarez duerme mucho, y por lormir no habría de cuidarlo.
Refirieron el dicho á Alvarez, quien se ofendió tanto, que en el acto organizó la conspiración; y dos noches después, acompañado de tres de sus amigos, entraba en la tienda del gobernador. Este despertó al ruido y preguntó sin alarmarse: ¿Quién anda ahí?
—Quién ha de ser, Sr. D. Francisco, sino Diego Alvarez que no duerme cuando no ha menester dormir..
Y sin dar tiempo á que Mendoza saltase del lecho lo mató á puñaladas.
Aunque Nicolás de Heredia no había tenido arto ni parte en el motín, fité proclamado gobernador, y para evitar desastres tuvo, mal de su grado, que aceptar el cargo. Resolvió entonces volver al Perú, y con los cientocincuenta hombres que lo seguían púsose en Santa Cruz de la Sierra, á órdenes de Lope de Mendoza, que acababa de alzar bandera contra Gonzalo Pizarro.
La historia conoce con el nombre de los de la Entrada á estos bravos soldados, calificando de heroicos su valor y sufrimientos. Y no sólo ellos sino hasta sus mujeres realizaron verdaderas hazañas, que por tales tomamos las que escriben los cronistas de Leonor de Guzmán, esposa lel alférez Hernando Carmona; de Clara Enciso, compañera de Fernando Gutiérrez, y de Mari—López, la querida entonces y mujer más tarde de Ber nardino de Balboa. Ocasión hubo en que, mientras los hombres andaban diseminados buscando víveres, las mujeres defendieron el campamento batiéndose vigorosamente con los indios.
Francisco de Carbajal hallábase en Quito con Gonzalo Pizarro cuando se tuvo noticia de que Diego Centeno y Lope de Mendoza habían en Arequipa proclamado la causa del rey. Pizarro ordenó entonces á su maestre de campo que, con trescientos hombres, se dirigiese sobre los encmigos, sin darles tiempo para que organizasen elementos de resistencia.
Fué en esta campaña, prodigiosa por la rapidez de las marchas, donde Carbajal ostentó todas sus admirables dotes militares, conquistándose la reputación de gran capitán. A fuerza de hábiles maniobras estratégicas, derrotó primero á Centeno; y poco después, en Pocona, territorio de Santa Cruz de la Sierra, tomó prisioneros á Lope de Mendoza y Nicolás de Heredia que, como todos los de la Entrada, se batieron bizarramente.
En esta batalla el misino Carbajal salió ligeramente herido en un muslo