de un tiro de arcabuz, disparado contra él por uno de sus soldados, que se había comprometido con los realistas á matar á su jefe en el fragor del combate. El astuto Carbajal disimuló por el momento, procurando que ninguno de los suyos se advirtiese de lo ocurrido, pues hacerlo público era dar alas á la traición, con desprestigio propio y de la causa. Mas no por eso renunció á la idea de castigar al delincuente.
Dejó correr una semana, y al cabo de ella, hízose una tarde encontradizo con el soldado traidor, y después de hablarle afablemente, dióle la comisión de ir con pliegos al Cuzco, sin pérdida de minuto. El soldado, que era dueño de algún caudal y que veía la imposibilidad de transportarlo consigo, le rogó que lo oxcusase.
Entonces D. Francisco, sin revelar pizca de enojo, le dijo: —Pues, camarada, que no sea lo que yo quiero, que es ir, ni lo que vos queréis, que es quedar, sino que, como entre amigos, se tome un medio que ni vayáis ni quedéis. ¿Qué os parece?
—Que me place contestó el soldado.—Vuesa merced discurra.
—Discurrido está. El medio es..... es.....—articuló Carbajal rascándose la punta de la nariz.
—¿Cuál, D. Francisco?
—Que venga Cantillana y que lo ahorque sobre tabla; y no me diga el felón que ha menester confesarse, que de eso no se le dé nada; que yo tomo por mi cuenta sus pecados, que son muchos y gordos.
Y un minuto después, el infeliz emprendía viaje á la eternidad.
Cuando en Pocona le presentaron herido y prisionero á Lope de Mendoza y á su segundo Heredia, dijolos Carbajal: Ilola! Hola! ¿Conque eran vuesas mercedes los malandrines que habían jurado ahorcarme por su mano? Pues ahora vamos á ver quién mata á quién.
Lope de Mendoza y su compañero levantaron con altivez la cabeza y se encerraron en un silencio despreciativo. Al fin se cansó Carbajal de apostrofarlos, sin obtener de ellos una palabra, y dirigiéndose á la puerta gritó á un oficial que pasaba: —Alférez Bobadilla, venga acá, si es servido, y mande dar garrote á este par de bellacos y que les corten la cabeza y tráigamelas, que holgaréme de verlas separadas del tronco.
Cumplida la sentencia, el misino Dionisio de Bobadilla partió para Arequipa conduciendo las dos cabezas, que debían ser puestas en la picota de la ciudad.
Sabido es que Carbajal quería infinito á su ahijada Juana Leyton, mujer de Francisco Voto, un tunante que traicionó más tarde al padrino pa-