Y Luis Perdomo se encaminó á casa de un mercader y solicitó de él un préstamo de mil ducados por ocho días, tiempo en que esperaba recibir de su casa, convertidos en dinero, los últimos restos de su fortuna.
El mercader se encogió de hombros y contestó: —Pobre prenda es una esperanza, que ella, señor capitán, puede marrar, y más en los tiempos de revuelta que vivimos. No me acomoda la prenda.
Ante la poca confianza que tan sin ambages le manifestaba el merca der, otro hidalgo lo habría echado todo á doce, tratádolo de perro y de judío y aun molídole las costillas. Pero el noble caballero se revistió de dignidad, y arrancándose un puñado de pelos de la barba, dijo: —¿Queréis que os empeñe, por ocho días, estas honradas barbas?
El mercader era también hombre de gran corazón, y descubriéndose con respeto, contestó: —Sr. Luis Perdomo, con prenda tal podéis disponer de cuanto valgo y poseo. Venid que os cuente los mil ducados.
Al vencimiento del plazo desempeñó el hidalgo los pelos de su barba.
¡Qué tiempos! Y ¡qué hombres! La semilla de éstos no ha fructificado, ¿Habrá, en el siglo
XIX,
no digo pelos, sino barba entera que, para un usurero, valga medio maravedi?
Después de la batalla de Iñaquito, anduvo Luis Perdomo de Palma, por dos años, á salto de mata y siempre en armas contra Gonzalo Pizarro.
Francisco de Carbajal era dueño de Chuquisaca.
Luis Perdomo, que vivía oculto en un monte, á pocas leguas de la ciudad, pásose de acuerdo con el alférez Betanzos, de las tropas de D. Francisco, para matar á éste el día de San Miguel y levantar bandera por el rey.
Comprometiéronse en el complot Alonso Camargo, regidor de la ciudad, Bernardino de Balboa y muchos de los soldados de la Entrada.
El alférez Betanzos traía en las venas sangre de Judas; porque fuése á Carbajal y le denunció los pormenores del plan revolucionario. El Demonio de los Andes echó la zarpa encima á los principales conjurados, y encomendó á Betanzos que, pues el conocía el sitio donde se refugiaba Perdomo, fuese con cuatro hombres de su confianza y, muerto ó vivo, lo trajcse á Chuquisaca.
Era la del alba y el capitán dormía descuidado en la espesura del monte, cuando despertó sobresaltado por un ligero rumor que sintió entre las ramas.
Á pocos pasos de él estaban Betanzos y sus cuatro hombres.
Perdomo desenvainó su daga y emprendió la fuga, batiéndose desesperadamente con sus perseguidores.