do á los caudillos, fueron también los primeros y más diligentes en la traición.
Esto es viejo en la vida de la humanidad y se repite como la tonadilla en los sainetes.
Volviendo á la plaza Mayor y á sus patibularios ornamentos, digo que era cosa de necesitarse la cruz y los ciriales para dar un paseo por ella, cerrada la noche, en esos tiempos en que no había otro alumbrado público que el de las estrellas.
No era, pues, extraño que de aquellas cabezas contase el pueblo maravillas.
Una vieja trotaconventos y tenida en reputación de facedora de milagros, curó á un paralítico haciéndolo beber una pócima aderezada con pelos de la barba de Gonzalo.
Otra que tal, ahita de años y con ribetes de bruja y rufiana, vió una legión de diablos bailando alrededor de la picota y empeñados en llevarse al infierno la cabeza de Carbajal; y añadía la muy marrullera que si los malditos no lograron su empresa fué por estorbárselo las cruces de Ios alambres.
En fin, no poca gente sencilla afirinaba con juramento que de los vacios ojos de las calaveras salían llamas que iluminaban la plaza.
Estas y otras hablillas llegaron á oídos de doña Mencía de Sosa y Alcaraz, la bella viuda do Francisco Girón.
Como uniformemente lo relatan los historiadores, Girón y doña Mencía se amaron como dos tórtolas, y para ellos la luna de miel no tuvo menguante. Doña Mencía acompañó á su marido en gran parte de esa fatigosa campaña, que duró trece meses y que por un tris no dió al traste con la Real Audiencia, y acaso el único, pero definitivo contraste que experimentó el bravo caudillo, fué motivado por su pasión amorosa; porque entregado á ella, descuidó sus deberes militares.
El 9 de diciembre de 1554 se promulgaba en Lima, á voz de progonero, el siguiente cartel: Esta es la justicia que manda hacer su majestad y el Magnifico ca ballero D. Pedro Portocarrero, muestre de campo, en este hombre portrai dor á la corona real yalborotador de estos reinos; mandándole cortar la cubeza y fijurlu en el rollo de la ciulud, y que sus casas del Cusco sean derribadas y sembradas de sal y puesto en ellas un mármol con rótulo que declare su delito.
Muerto el esposo en el cadalso, la noble dama se declaró también muerta para el mundo, y mientras le llegaba de Roma permiso para fundar el monasterio de la Encarnación, so propuso robar de la picota la ca-