pero como yo descubra á los inventores de tamaño embuste, por el alma dle mi abuelo, que tengo de escarmentarlos.
Y el Excmo. Sr. D. Baltasar de la Cueva desató los cordones del real tesoro y artilló naves é hizo maravillas.
Comprobando la agitación pública, dice el cronista á quien seguimos: En la pampa llamada Calera del Agustino se reunieron el 15 de diciembre hasta seis mil hombres con armas, muy entusiastas y decididos á batirse con los piratas.» Á la vez el conde de Castellar, sin descuidar los aprestos bélicos, soguía la pista á los forjadores de noticias que traían alarmado el país, y sus espías lo informaban de cuanto se mentía en la oficina del escribano, El virrey ataba cabos y se preparaba á desenredar la madeja.
En febrero de 1676 y después de dos meses que duraba la general zozobra, llegó al Callao ol cajón de España y con él recibió su excelencia seguridad de que ni ingleses ni holandeses pensaban por entonces en correr aventuras marítimas por el Nuevo Mundo, y que, por ende, los vecinos de Lima podían dormir á pierna suelta sin temor de que los despertasen cañonazos. Gacetas y cartas de Madrid, llegadas á particulares, confirinaban también las tranquilizadoras noticias de carácter oficial.
Para entonces ya el virrey tenía en chirona á dos mozos sin oficio ni beneficio, que aguzando el ingenio se divertían en inventar bolas, y á dos indios pescadores que acaso por hacerse interesantes aseguraron una mañana en la escribanía haber visto á la altura de Chilca la escuadra de los piratas.
D. Baltasar de la Cueva no se anduvo con chiquitas y les mandó aplicar en la plaza de Lima, atados al rollo y por mano del verdugo, veinticinco ramalazos Rigor fué extremado; pero.... pero.... dejemos la pluma en el tintero.