En la plazuela, obscurísima como es do imaginarse en aquellos tiemposen que no se conocía en Lima sistema alguno de alumbrado público, encontrábase un embozado, quien con el disimulo propio de experto conquistador, se acercó á Jovita, la dió una carta y recibió otra. Por supues to que doña O no echó de ver aquella actividad de estafetas, que gente moza y enamoradiza se la pega hasta al demonio en figura de beata y semisuegra. El galán siguió su camino y entró en la botica de la esquina, donde había constante tertulia de ociosos jugando á las damas ó murmurando de la vida ajena. Allí á la luz del farolillo leyó este billetico: Juan, sálvame por Dios. Mañana me encierra la tía en la Trinidad. Esta noche traerá D. Alonso la licencia.» Ballesteros quedóse gran rato pensativo, y luego, como quien ha adoptado una resolución, despidióse de los tertulios, que tenían sus cinco sentidos puestos en el tablero, engolfados en un lance de dama chancho, y enderozó á la calle del Milagro.
En ese instante D. Alonso Esquivel llegaba á la puerta de la casa de Jovita, cuando se le interpuso un embozado.
—Una palabra, señor mayordomo.
—Hable, señor mío.
—Vuesa merced trae encima un papel que ¡por Dios vivo! ha de entregarme.
—Hablara vuesa merced con buenos modos, y acaso nos enredaramos de razones; pero mire cómo ha de ser, que yo á impertinencias tales no acostumbro dar respuesta.
X
D. Alonso volvió la espalda y se dispuso á pasar el quicio de la puerta; mas Ballesteros lo cogió del brazo y le hundió en el pecho la hoja de su daga.
Esquivel se desplomó gritando: —Muerto soy!.... ¡Cristo me valga!
III
El asesino emprendió la fuga y tomó asilo en el convento de los padros descalzos, donde contaba con deudos y amigos que lo amparasen.
Alcalde del primer voto era D. García de Ilijar y Mendoza, conde do Villanueva del Soto, noble tan do primora agua, que en su escudo de gules ostentaba nada menos que las armas de Aragón y Navarra, favorecedor de Esquivel é íntimo amigo del trinitario Rubio de Auñón. Su señoría alborotó á los cabildantes, y los dos alcaldes ordinarios se dirigieron & los frailes descalzos reclamando la persona del reo, pero los religiososcontestaron con un arsenal de latines. Los alcaldes, á quienes poco se les