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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/310

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Tradiciones peruanas

Por fin, el día 23 se reunió bajo la presidencia del arzobispo Zuloaga un consejillo de toólogos, el que, más por ruegos del virrey y porque no tomase mayores creces la turbulencia popular, convino tras larga y acalorada discusión en que el cura del Sagrario absolviese á los alcaldes.

Después de humillación tamaña, todavía les cayó otra más gorda á los alcaldes. El rey les envió un paz—christi de esos de chuparse los dedos de gusto; y como quien dice: «ahítate, glotón, con esas guindas,» los privaba perpetuamente de ejercer cargos de justicia y los multaba en mil duros, amén de otras pequeñas gurruminas envueltas en frasecitas de acíbar y rejalgar.

IV

—Y ¿qué me dice usted de Jovita y de doňa O?

—Hombre! Vaya una curiosidad impertinente! Supongo que la chica se consolaría y que á la vieja se la llevaría pateta.

EL CHOCOLATE DE LOS JESUÍTAS

I

No hace todavía una semana apocalíptica que tratándose de un ministro de Estado, oí en la tribuna del Congreso á un honorable diputado de mi tierra la siguiente frase: «Hágolo á su señoría la justicia de reconocer que es hombre de peso como el chocolate de los teatinos. » Y el presidente de la Cámara, personaje más tieso que los palos de la horca, no agitó la campanilla, ni el ministro se dió por agraviado, y eso que era sujeto que no aguantaba pulgas.

Ei diputado que tal dijo era un venerable anciano, orador tan famoso por lo agudo de sus ocurrencias como por lo crónico de su sordera, achaque que lo abligaba á nunca separarse de su trompetilla acústica.

Muchacho era yo cuando of la frase, y durante años y años no se me despintó de la memoria, cascabeleándome en ella á nás y mejor. Á haber podido yo entonces, sin pecar de irrespetuoso, pedir explicación al egregio autor de la Historia de los partidos, habríame ahorrado el andar hasta hace poco husmeando el alcance de sus palabras.

Ocurrióme por el momento pensar que el chocolate de los teatinos (nombre que primitivamente se dió á los clérigos regulares de la orden de San Cayetano, y con el que más tarde se engalanó también á los je-