No podía ser por menos! Yo sé que ese hombre no reza el rosarioargilia un barbero.
Ni el trisagiol—aumentaba otro.
[Ni la setena!
Ni el trecenario!
Y la Inquisición, que se ha echado á muerta—murmuraba el vendedor de bulas, que fué probablemente quien en 1804 denunció á D. Demetrio O'Higgins ante el Santo Oficio de Lima, como lector de obras prohibidas.
Viva la religión! ¡Muera el judíol—clamaron todos en coro.
Y la griteria amenazaba ya convertirse en motin euando asomó el cura revestido con sobrepelliz y estola, seguido del sacristán, que llevaba caldereta, hisopo y demás menesteres. El cura logró tranquilizar al puzeblo, diciendo: que tal vez su señoría estaba indispuesto, y que por eso no habría acudido á cumplir como cristiano; pero que él se encaminaba á casa de la autoridad, para sin reparar en tiquis miquis ponerle la ceniza en la frente.
El pueblo nombró por aclamación á cuatro vecinos para que, acompañando al párroco, fuesen testigos de la ceremonia.
Llegados á casa del intendente, salió éste á la sala y le saludó el sacerdote.
—Dios guarde & useñoría —Y á su merced también. ¿Qué se ofrece?
—Vengo—prosiguió el cura—á evitar que su señoría dé motivo de escándalo, y cumpla delante de testigos con las prácticas de todo fiel cristiano.
—Déjeme, padre cura, de sermones y vamos al grano.
—Pues el grano es que anualmente el día de hoy acostumbra la Iglesia marcar con una cruz la frente de los pecadores, para recordarles que son mortales y que se han de convertir en polvo y ceniza. Esto entendido, arrodillese usía.
—¡Acabáramos, señor mio!—contestó D. Demetrio poniéndose de hi nojos.
El eura pronunció pausadamente el memento homo, y dibujó con mucha limpieza una cruz de á pulgada larga sobre la fronte del irlandés.
Terminada la ceremonia, dijo el párroco: —Ahora levántese useñoría.
D. Demetrio se puso de pie y preguntó: —¿No tenemos más que hacer?
—No, señor,