de los propietarios, obligados á hacer borrar inscripciones subversivas.
Antojóscle no ha mucho á un chusco, en la víspera de un día de rebujiña, pintar con almagre crucecitas en las paredes, y los limeños pasamos durante veinticuatro horas la pena negra, dando y cavando en que aquel cementerio de cruces no podía significar sino el comienzo de una SaintBarthelemy. Al diablo el chusco y los hugonotes! Vamos con la tradición.
II
Creo haber contado en otra oportunidad, que Ramoña Abascal era tan linda como mimada y melindrosa. Dios me perdone la especie; pero casi, casi me atrevería á jurar que fué ella la primera hembra que trajo á Lima la moda de los ataques de nervios y demás arrechuchos femeniles.
La enfermedad era pegajosa, y ha cundido que es un pasmo.
¿Reventaba un cohete? ¿Pasaban la tarasca, los gigantes y papahuevos de la procesión del Corpus? ¿Chillaba un ratóncillo? Pues ya teníamos á Kamonica con soponcio, y á su buen padre, el excelentísimo señor virrey de estos reinos del Perú y Chile, gritando como loco y corriendo tras la hoja de congona, el frasquito de alcalinas ó el agua de melisa.
¡Muy padrazo era el futuro marqués de la Concordia! Por miedo á los nervios de la chica, prohibió que se quemaran cohetes á inmediaciones de palacio y que saliesen penitentes pidiendo para la cera de Nuestro Amo y Señor de los Milagros.
A poco de la llegada de Abascal á Lima, salió una mañanita, de las cle aguinaldo del año de 1806, á dar un paseo con su hija. Su excelencia y la niña iban de trapillo, Paseaban de incógnito, como quien dice, ni más ni menos que un honrado mercader de la ciudad con su pimpollo.
Ramona quería conocer el arrabal de San Lázaro, y en esa dirección la conducía el cariñoso y noble anciano.
Al llegar á la esquina de las Campanas, la niña comenzó á temblar como azogada, exhaló un grito agudo, y pataleta al canto, cayó sobre el santo suelo. Acudió el pulpero, y con ayuda de los transeuntes transportaron á la doncellica á una casa vecina.
¿Qué causa había producido tamaño efecto en la delicada niña? Para adivinarla no tuvo Abascal más que fijarse en el figurón pintado en la esquina.
Representaba éste á un hombre en la actitud de embozarse en la capa, la cual se componía de un almácigo de enernos superpuestos. En el sombrero del mamarracho leíase esta inscripción: De esta caput, nadie escapa.
Abascal, que en otra ocasión no habria parado mientes en lo inmoral de la alegoría, ni leído la complementaria inscripción, halló que aquello era abominable é indigno.
TOMO
III.