TRADICIONES PERUANAN
Cuando regresó con su hija á palacio, mandó llamar al alcalde del Ca bildo y le indicó la conveniencia de hacer borrar ese y otros figurones indecentes que afeaban las calles. Avinose el cabildante, no sin manifestar recelo de que á los vecinos disgustase la providencia, é inmediatamente comunicó la orden del caso al maestro de obras ó primer albañil de la ciudad.
El pulpero protestó enérgicamente, tan enérgicamente como un diputado dual contra las balotas negras. Dijo que el mandato de la autoridad era abusivo y contra ley, y atentatorio á un derecho adquirido y consen tido; que le acarreaba lesión enormísima, pues de tiempo inmemorial era conocido su establecimiento con el nombre de pulpería de los cachos, y que al suprimirse el emblema no tendrían los nuevos parroquianos señal fija para acudir á su mostrador, lo que redundaba en daño suyo y provecho del pulpero del frente. Citó en su apoyo una ley de Partida, una real cédula y un breve pontificio, que el hombre era un tanto leguleyo y hablistán.
—Pues yo soy mandado para borrar el muñeco y no para oir alegatos.
Eso allá á los estrados de la Real Audiencia—dijo el maestro de obras.
—Córcholis exclamó el pulpero.—Iré hasta el mismo rey con la queja, y puede que vaya usted á presidio, de por vida, como instrumento de injusticias.
Cómol... ¿Me viene usted á mí con valecuatro? ¡Recórcholis!contestó amoscado el albañil.—Aunque se queje al Padre Santo de Roma, á borrar soy venido y borro. ¡Manos á la obra, muchachos!
Y los oficiales de albañil eliminaron en un dos por tres el grotesco figurón. El hombre de la capa desapareció de la esquina de las Campanas; pero ni Abascal ni los albañiles alcanzaron á borrar de la metnoria del pueblo la consabida frasecilla: De esta capa, nadie escapa.