mañana. El anciano tenía conquistada su reputación de traganiños en cuatro cuadras á la redonda, ¿Cómo adquirió el apodo? Eso es lo único que me he propuesto relatar.
D. José dle Ormaza y Coronel vino al Perú en los tiempos de Amat, y hallándose sin un maravedí ni de dónde le viniese, se encaminó una mañana á palacio y solicitó audiencia del virrey. El mayordomo de servicio le preguntó su nombre para pasar aviso á su excelencia, y el visitante le contestó con mucha naturalidad: —Anuncie usted á D. José de Amat.
El fámulo, creyendo por el apellido que se las había con un deudo de su señor, no anduvo con pies de plomo; y el virrey, imaginando que le hubiera llegado de improviso algún sobrino catalán, no se hizo tampoco remolón. La antesala no pasó de un minuto, lo que es maravilloso, no digo tratándose de un virrey, de suyo autorizado para andar con moratorias y ceremonias, sino de un presidente de nuestra era, obligado á gastar republicana llaneza.
—Dios guarde á vuecelencia—dijo el D. José.
— Y á usted también—contestó D. Manuel.—¿Conque es usted un Amat?
—Sí, señor.... y no, señor.
—No lo entiendo. ¿Es usted Amat por parte de madre ó de padre?
—Ni por la sábana de arriba, ni por la sábana de abajo.
—Cómo: Cómo!—murmuró el virrey.
—¿Cómo? Como vuecelencia lo oye. Yo soy Amat por mi voluntad, y no por la ajena.
—Expliquese usted.
—Sí, señor. He renunciado á mi apellido para adoptar el de vuecencia: primero, por la mucha admiración y cariño que me inspira la ilustre persona del libérrimo prócor, del integérrimo gobernante, del.....
Basta, hombre, muchas gracias! Suprima lisonjas, que me apestan.
—Ysegundo, porque aspiro á que vuecencia sea mi padre.
—Hombre Para paternidades estamos! ¡Buen zagalón de hijo voy á echarme encina! ¿Y sobre qué carga de agua y por qué? Vamos, expliquese usted pronto y claro, que el tiempo no me viene ancho, sino más estrecho que chupa de alguacil.
—Pues al grano, excelentísimo señor. Me han informado los paisanos de que vuecencia hace..... así..... por bajo de cuerda.... sus negocillos.....
—Yo! Negocios!—exclamó el virrey empezando á perder los estribos.
—No hay para qué enfarolarse, señor excelentísimo. Tenga vuecencia confianza conmigo y no se me haga el de las malvas, que no soy ningún niño de la bola.