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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/343

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Ricardo Palma

El virrey estaba alclado viondo tanta insolencia y sangre fría. El hom bre continuó: —Pues señor, los negocios limpios como el agua de la pila. Traigo entre manos una especulación, que meses más, meses menos, nos dejaría un doscientos por ciento de provecho, y he venido á que para principiar me preste vuecencia veinte mil pesos, que yo se los pagaré con el interés que quiera señalarles......

—¿De modo, señor mío—interrumpió D. Manuel de Amat y Juniet,que para usted, el virrey del Perú es un comerciantito del codo á la ma no que da plata á réditos?

—Por supuesto.

—Si? Pues por descomedido ó loco vaya usted á la cárcel, señor pariente, y busque otro padre á quien embaucar. ¡Vaya usted, no Veintemil!

La escena se hizo pública y nació el apodo.

En su vejez era ño Veintemil lo que llamamos un loco manso; un ser inofensivo. Ocupábase en la venta de artículos de desecho, y pasaba la vida á tragos, debiendo á lo subido de su fealdad la reputación de cuco.

Vamos con su compañero de calle, que es personaje casi contemporáneo; pues viven muchos cristianos que lo conocieron y trataron.

II

D.

TADEO LÓPEZ, EL, CONDECORADO

En la calle de Judíos existe todavía un callejón que todos los limeños conocemos con el nombre de callejón de López. Su dueño, por los años de 1813, ora un indio rechoncho, feo como una pesadilla, mujeriego, parrandista y muy palangana y metido á gente. En las festas, un tantico revolucionarias, dadas por los vecinos de Lima al conde de Vista—florida tó Vista—torcida, como era en realidad), y on las cuestiones ó turbulencias entre el virrey Abascal y el inariscal de campo Villalta (á quien, de paso, consignaremos que debe su nombre la calle de Villalta), desempeñó nuestro indio el papel de jefe de elub popular y orador de plazuela.

D. Talco López, que tal era su nombre, se desvivía por hablar sin ton ni son de política, y viniese ó no á cuento, sacaba á lucir al noventa y tres y á Marat, Dantón y Robespierre, tutcaba á Voltairo y á Juan Jacobo, hablaba del libre examen y ponía al gobierno como trapo de cocina.

Hoy pasaría D. Tadeo por uno de los muchos eruditos de cajetilla de eigarros que politiquean en la puerta de un café.

Toxo III