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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/37

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Ricardo Palma

II

Por los años 1500 daba en Arequipa motivo & popular alboroto la venta de pescado fresco en la recova ó plaza de abasto. Esto se explica teniendo en consideración la distancia que hay do la ciudad al mar, así como la escasez de pesca en esa costa.

Aunque no á precio tan fabuloso como en Potosí, donde un robalo se pagó en miles de duros, el pescado se vendía en Arequipa bastante caro para que sólo fuese plato de ricos.

Una mañana en la cuaresma de este año presentóse en la plaza un pescador con un cesto de corvinas, las que á poco rato hallaron compradores que pagaron sin regatear.

Quedaba la última, y disputábanse la posesión de ella un fraile dominico, cuyo nombre calla la crónica, y Alonso de Luque, el conquistador, anciano generalmente estimado, y que por su familia en el reino de León ostentaba escudo de armas, castillo de oro en gules y ocho arminios negros por orla.

—Perdono su paternidad—decía Luque, el pescado es mío, que en tres duros lo tengo conchabado, —Pero no pagado—argüía el fraile,—y la prenda es del primero que da por ella pecunia numerata; pues como dice el proverbio, «no sirve faré, faré, que más vale un toma que dos te daré.» Alonso de Luque se quedó bizco oyendo el latinajo, recelando que él encerrase algún versículo de la Biblia ó por lo menos un texto de los Santos Padres. Sin embargo, balbució echando mano á la corvina: —Será todo lo que su reverencia diga y quiera; pero no porque me haya dejado en casa la bolsa, deja mi palabra de ser buena moneda.

—Hágase á un lado el viejo irreverente y no falte al respeto á un ministro del Señor—contestó amoscado el fraile, poniendo también mano sobre el objeto del litigio.

Alonso de Luque tiraba de la cabeza y el dominico de la cola.

De pronto éste alzó la mano que le quedaba libre, y sin ser obispo confirmó á su contendedor.

Luque, que había dado pruebas de su bravura en los campos de batalla y desaflado la muerte en muchas ocasiones, se sintió poseído de coraje y llevó la diestra á la empuñadura de su espada.

Pero en aquellos tiempos era inmenso el prestigio que sobre los españoles ejercía un hábito monacal, y el audaz soldado de la conquistatembló como un niño ante la idea de incurrir en excomunión si maltrataba ó hería al ungido del Señor.