abolición del celibato sacerdotal. Á dos religiosos que en el púlpito se ocuparon de política, les mandó rapar la cabeza, y los puso á vergüenza pública vestidos con una hopalanda amarilla.
Un cura procesó á una mujer acusada de bruja, proceso que desaprobó el doctor Francia, dicien lo: Véase para lo que sirven los sacerdotes y la religión! Para hacer creer á las gentes en el diablo más bien que en Dios!» Desde ese día Francia se declaró jefe de la iglesia, nombraba y destituía párrocos, y prohibió procesiones, dejando subsistente sólo la de Corpus.
—Si el Papa viniera al Paraguay, puede ser que lo nombrara mi capellán; pero bien se está él en Roma, y yo en la Asunción—decía D. Gaspar, familiarmente, á su barbero Bejarano y á su médico Estigarribia.
Hasta 1820, Francia oía misa los domingos y días de obligatorio precepto; pero en ese año dió do baja á su capellán, y no volvió á entrar en los templos. El comandante de una nueva fortaleza le pidió permisopara poner ésta bajo la advocación de un santo. «Idiota—le interrumpió el dictador.—Para guardar las fronteras, los mejores santos son los cañones.» Á los pocos europeos que llegaban á la Asunción solía decirles: «Ha ced aquí lo que gusteis, profesad la religión que os acomode, nadie os inquietará; pero estad prevenidos que os va el pellejo si os mezcláis en las cosas del gobierno. Y efectivamente, envió á la eternidad á no pocos de esos aventureros que se meten á patriotas en patria ajena. Sólo por esto querría yo un Francia en el Perú, harto como estoy de ver á gente de extranjis tomar cartas y doblar baza en juego en que debieran lacer, á lo sumo, papel de mirentes. Esto de que un hereje quiera ser más papista que el l'apa... no está en mi mano..... ¡Vamos!.... me carga, se me estomaga y me hace vomitar bilis.
Como los cnákeros, el doctor Francia daba á todos el tratamiento de tú; pero desgraciado de aquel que, por distracción, dejase de decirle eccelentísimo señor!
Por fin, para dar una idea del terrorifico respeto que inspiró á su pueblo, bástenos copiar las palabras que dirigió un día á un centinela que había tolerado á una mujer que mirase por una ventana los muebles de una de las habitaciones de palacio. Si alguno de los que pasen por la calle se detuviere fijándose en la fachada de mi casa. haz fuego sobre él; si le yerras, haz otro tiro; y si todavia le yerras, ten por seguro que mi pistola no ha de errarte.» Así, cuantos pasaban por el fatídico antro de la fiera lo hacían bajando los ojos al snelo.
El 20 de septiembre de 1840, á la edad de ochenta y seis años, terminó la existencia de ese déspota verdaderamente fenomenal.