en el cumplimiento de sus deberes monásticos, sobrio, honesto y adornado de varias virtudes; pero conviene en que traía al retortero á sus iguales por la irascibilidad de su carácter, que lo impulsaba á cortar toda disputa, empleando como canta la copla: Santo Cristo del garrote, leña del cuerpo divino!» Los superiores estaban ya hartos de amonestarlo, y si no le daban pasaporte era por consideración á sus buenas cualidades y porque esperaban que el tiempo venciese en él la propensión camorrista.
Costumbre era en Lima, cuando fallecía alguna persona de distinción, que velasen el cadáver dos religiosos del convento en cuyas bóvedas debía ser sepultado. Tocóle, pues, á Juan Sin—Miedo ir una noche á llenar esta tarea acompañando al padre Farfán de Rivadeneira, que era uno de los sacerdotes más caracterizados de la religión agustina.
Después de agasajados por la familia nuestros dos religiosos con un buen cangilón de chocolate acompañado de bizcochos, pasaron á la habitación donde sobre una tarima cubierta de terciopelo y en medio de cuatro cirios yacía el finado.
Era más de media noche cuando, fatigado del rezo y do encomendar el alma, empezó el sueño á apoderarse del padre Farfán de Rivadeneira, quien después de encargar al hermano lego que no pestañease, se recostó sobre el único estrado del cuarto y á poco se quedó profundamente dormido.
El sueño es contagioso; porque viendo el lego que su superior roncaba como diz que sólo los frailes saben hacerlo, empezó á dar bostezos de á cuarta, y decidióse á tomar también la horizontal. Á falta de mejor lecho, acostóse en la tarima del cadáver, y empujando á éste, dijo con aire de chunga y como para que el desacato de la acción llevase un realce en las palabras: —Hermano difunto, hágase á un lado, que para dormir ya no le sirve la cama y déjemela por un rato, que si tiene sueño de muerto, yo estoy muerto de sueño.
Dicho esto, sin sobresalto del ánimo ni asco en lo físico, acomodó la cabeza en la almohada del cadáver. A éste no debió agradarle la compañía, porque (maravillate, lector) se puso inmediatamente sobre sus puntales.
Juan Sin—Miedo abrió tamaños ojos; mas sin perder los bríos lo dijo: —¡Qué es eso, señor hidalgo? ¿Estaba vuesa merced dormido ó viene del otro mundo á algún negocio que se le había olvidado? Acuésteso como pueda y durmamos en paz, si no quiere que le sirva de despenador.