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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/52

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Tradiciones peruanas

tan sesuda y noble persona como vuesa merced se extravie por celo y amor á la justicia. El devoto agustino que en carcelería mantiene está inocente de culpa, Agravios en mi honra me autorizaron para hacer matar á un miserable. Otra conducta habría sido dar publicidad al deshonor y no lavar la mancha. Vuesa merced tome acuerdo en su hidalguía y sobresea en la causa, dejando en paz al muerto y á los vivos. Nuestro Señor conserve y aumente en su santo servicio la magnífica persona de vuosa merced. A lo que vuesa merced mandare.—El conde de Conforme avanzaba en la lectura de esta carta, el remordimiento se iba apoderando del espíritu de D. Alfonso. Había condenado á un inocente, y por no haber leído en el momento preciso la fatal carta tenía un crimen en su conciencia. Su orgullo de juez lo había cegado.

La cabeza del alcalde era un volcán. Se ahogaba en la tibia atmósfera del dormitorio y necesitaba aire que refrescase su cerebro. Abrió una celosía del balcón y recostóse en él de codos, con la frente entre las manos.

Sonó la media noche, y D. Alfonso dirigió una mirada hacia la iglesia fronteriza. Lo que vió heló la sangre en sus venas, y quedóse como figura de paramento. El templo estaba abierto y de él salía una larga procesión de frailes con cirios encendidos. D. Alfonso quiso huir; pero una fuerza misteriosa lo mantuvo como clavado en el sitio.

Entretanto, la procesión adelantaba por la plazuela salmodiando el fúnebre miserere y se detenía bajo el balcón.

Entonces Arias de Segura pudo al resplandor fatídico de las luces contemplar en vez de rostros descarnadas calaveras y que los cirios eran canillas de difuntos. Y de pronto cesaron las voces, y uno de aquellos extraños seres, dirigiendose al alcalde, le dijo: Ay de ti, mal juez: Por tu soberbia has sido injusto, y por tu soberbia has sido feroz con nuestro hermano que gime en el purgatorio porque tú lo hiciste dudar de la justícia de Dios. ¡Ay de ti, mal juez!

Y continuó su camino la procesión alrededor de la plazuela, hasta perderse en las naves del templo.

III

¿Sería esto una alucinación del cerebro de D. Alfonso? Lo juicioso es dejar sin respuesta la pregunta, y que cada cual crea lo que su espíritu le dicto.

Por la mañana un criado encontró á D. Alfonso privado de sentido en el frío piso del balcón. Al volver en sí, refirió á los deudos y amigos que lo cuidaban la escena de la procesión, y el relato se hizo público en la ciudad.