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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/51

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Ricardo Palma

con una sombra de delito para dar ocupación al verdugo, sentenció á Cominito á ser ahorcado por el pescuezo.

Llegó la mañana en que la vindicta pública debía ser satisfecha. Al pueblo se le hizo muy cuesta arriba creer en la criminalidad del lego, y se formaron corrillos por el Portal de Botoneros para arbitrar la manera de libertarlo. Los agustinos, por su parte, no se descuidaban, y á la vez que azuzaban al pueblo conseguían conquistar al verdugo, no sé si con indulgencias ó con relucientes monedas, Ello es que al pie de la horca y entregado ya al ejecutor, éste, en un momento propicio, le dijo al oído: —Ahora es tiempo, hermano. Corre, corre, que no hay galgos que te pillen.

Cominito, que estaba inteligenciado de que el pueblo lo protegería en su fuga, emprendió la carrera en dirección á las gradas de la catedral para alcanzar la puerta del Perdón. El pueblo le abría paso y lo animaba con sus gritos.

Pero el infeliz había nacido predestinado para morir en la ene de palo. El alcalde Arias de Segura desembocaba á caballo por la esquina de la Pescadería á tiempo que el fugitivo llevaba vencida la mitad del camino. D. Alfonso aplicó espuelas al animal, y atropellando al pueblo lanzóse sobre Cominito y le echó la zarpa encima.

El verdugo murmuró: «por mí no ha quedado: ese alcalde es un demonio.» Y cumplió con su ministerio, y Cominito pasó á la tierra de los calvos.

Y qué verdad tan grande la que dijo el poeta que zurció estos versos: «La vida es comparable á una ensalada, en que todo se encuentra sin medida: que unas veces resulta desabrida y otras hasta el fastidio avinagrada. »

II

La víspera de estos sucesos, un criado del conde de se presentó en casa del alcalde Arias de Segura y puso en sus manos una carta de su amo. D. Alfonso, á quien asediaban los empeños en favor de Cominito, la guardó sin abrirla en un cajón del escritorio, murmurando: —Esos agustinos no dejan eje por mover para que prevarique y se tuerza la justicia. ¡Mucha gente es la frailería!

Despachado ya el lego para el viaje eterno, entró en su casa el alcalde después de las diez de la noche, y acordándose de la carta despegó la oblea. El firmante escribia desde su hacienda, á quince leguas de Lima: «Señor licenciado: Cargo de conciencia se me hace no estorbar que,