veces por semana me trae escamado; que, como dijo el otro, cuando el diablo reza engañar quiere. Y la verdad, que por mucho que peque mi conjunta, ya es demasiado confesar; y como de esas cosas se han visto, la iglesia puede ser pretexto para que la honra de un cristiano vaya al estricote y barriendo calles. Hoy he propuesto á Leocadia llevármela á la hacienda, pero ha sido machacar en frío; porque ella, que es argumentadora y más fins que tela de cebolla, me ha salido con la antífona de que, sin licencia del padre Gonzalo, no me seguirá ni hecha cuartos. Ya ve su señoría que en mi casa manda el confesor, y que yo, el marido y el pagano, valgo menos que la décima cifra de la numeración puesta á la izquierda. Ahora que está inteligenciado, aconséjeme, Sr. D. Francisco de mi alma.
—Sábete, Corvalancillo, por si lo ignoras, que la mujer debe obediencia al marido, y que el matrimonio es nudo que sólo Dios que lo amarró desatar puede. Métete en tus calzones y corta por lo sano. Ve con Dios, hijo, y no me vuelvas con chirigotas, que no están bien en un barbado.
Conque á cortar por lo sano y en paz.
Eso de cortar por lo sano fué frase que se le indigestó á Corvalán, y salió de casa del corregidor murmurando entre dientes: —¿Conque cortar, eh? Tiene razón mi padrino y he sido un bragazas; pero, en fin, no llega tarde quien llega, sobre todo si trae consigo cuchillo para cortar.
Y siguió calle arriba en dirección á su hogar.
Iba nuestro celoso á poner pie en el umbral de su casa, cuando se encontró con el padre Gonzalo que salía de visitar á la hija de espíritu.
Váyase el diablo para diablo!
Era el padre Gonzalo un clérigo joven, buen mozo, siempre limpio y atildado y que gozaba fama de hábil predicador. Al verlo se sintió Corvalán como picado de vibora, y desenvainando el cuchillo que traía al cinto, lanzóse frenético sobre el sacerdote y le clavó diez y siete puñaladas.
¡Diez y siete puñaladas! Apuñalear es. No rebaja siquiera una el historiador Córdova y Urrutia en sus Tres épocas.
El pueblo miró con impasibilidad tan horrendo delito, y gracias á la oportuna intervención de alguaciles fué aprehendido el asesino.
Conducido Corvalán á presencia de su padrino el corregidor, le dijo este: Qué has hecho, desgraciado?
—Nada más, Sr. D. Francisco, que seguir su consejo. He cortado por lo sano.
II
Diríase que el ciclo quiso castigar en el pueblo iqueño el sacrilego crimen cometido por uno de sus habitantes.
TOMO
III