Apenas habían transcurrido doce horas, cuando en la madrugada delde mayo un espantoso terremoto no dejaba casa en pie, reduciendo á escombros la ciudad, cuya población en ese año de 1664 no excedía de mil quinientas personas.
Las iglesias de San Francisco y San Agustín, fabricadas con mucha solidez, se desplomaron, y únicamente la capilla del señor de Luren resistió á la furia del terremoto.
La tierra se abrió formando anchas grietas, y el vino de las bodegas corrió por las calles formando arroyos.
En Pisco llegó á sesenta el número de víctimas.
Según la relación (que existe impresa) del licenciado Cristóbal Rodríguez, cura de la matriz, él dió sepultura en el cementerio de su parroquia á cuatrocientos setenta y cuatro cadáveres, y calcula en más de ciento los enterrados en los conventos. Es decir, que pereció casi la mitad de la población.
«Pasado el primer remezón, que duraría el espacio de un credo (dice el licenciado Rodríguez), quedó temblando la tierra por más de un cuarto de hora. Á tres motivos atribuyo este cruel castigo que pocos meses antes había sido pronosticado por el padre Eguilaz, misionero jesuíta: á los odios mortales y rivalidad entre los vecinos, al desacato con que miraban al sacerdocio y á los incestos y adulterios en que vivían encenagados.» En la vida del venerable limeño Francisco del Castillo (publicada en 1863 por monseñor García Sanz) leemos que este temblor fué también sentido en Lima, aunque disminuido en violencia y duración.
Corvalán fué conducido á Lima, y parece que se empeñó en complicar en su causa á Cavero do Avendaño; pues sostuvo siempre que al clar muerte al padre Gonzalo, lo hizo por seguir el consejo del corregidor.
La disculpa no lo salvó do morir en la horca, por sentencia del virrey conde de Santisteban, de quien cuentan que en el Real Acuerdo dijo á uno de los oidores que mostraba escrúpulos para echar su garabato.
—Firme usfa de una vez y quédele horra la conciencia, que esto es cortar por lo gangrenado y no por lo sano.